Querría decir tantas cosas, pero podría herir el alma de los niños. Y aquel bonachón Santa Claus, o Papá Noel, barbado y alegre que hemos creado, no llegaría con su atuendo colorido.
Festejamos y no sabemos por qué, un nacimiento que seguramente no ocurrió en esta fecha.
El nacimiento de aquel en quien poco pensamos en realidad, el que aportó un don de espiritualidad, de desprendimiento, de paz, de amor, junto a su divinidad.
Sin embargo, no tenemos malas actitudes. Saludamos aunque sea una vez al año a los familiares que frecuentamos menos; incluso si están lejos, quizás le hagamos llegar nuestro saludo vía correo, i- mail o teléfono. Un recuerdo que sin dudas vive en nosotros pero se aviva en ese día. Una fecha tan especial, aparentemente tan cristiana pero…que hacemos tan pagana como la Roma Imperial.
Sin embargo, eso no lo advertimos; nuestras intenciones son las mejores y nos mostramos generosos cargando nuestros brazos con regalos útiles o innecesarios, superficiales o insignificantes, mientras volcamos nuestro amor y anhelamos el de los otros. Giran y giran tarjetas de crédito por doquier, al compás de las bellísimas y adornadas vidrieras Pero todos queremos transformar nuestro amor en algo visible y material.
Nos reunimos con la familia, no sin causar algún disgusto a otros familiares. Se ha entablado una competición acerca de quien gana a los huéspedes en ese día o las fiestas sucesivas.
El compromiso es más exterior que íntimo. ¿Acaso perdonamos a aquellos que nos han ofendido? ¡O hemos pedido perdón a quienes creemos haber lastimado nosotros? El que intercambiemos un sonriente saludo no significa que amemos a nuestros vecinos, en otro momento tal vez seamos más indiferentes.
En torno de mesas engalanadas según la posibilidad de cada uno, con alimentos diferentes a los de todos los días, y por supuesto que no han de beneficiarnos grandemente, nos convertimos en comensales glotones y egoístas, aunque hayamos acercado antes algún pan a otras mesas más vacías. No nos importa si el clima es adecuado, si estamos deseosos o no de esos manjares, algo nos obliga a engullirlos de alguna forma. La Navidad nació en otro hemisferio y nosotros imaginamos la nieve refrescante que por lo menos hará más gratas nuestras ilusiones. Los brindis suelen ser interminables,con o sin alcohol. Nos molestan los cohetes que tira eufórico alguien no muy lejos, y que irrita nuestra naciente susceptibilidad.
En la tarde, antes de la reunión, chocamos en las veredas, vamos de prisa derramando augurios de felicidad por todos lados, acaso sin reconocer los rostros. Esto es bueno, porque transitoriamente ansiamos la paz. Nos mostramos alegres aunque el alma se rompa en pedazos.
Faltan varios a nuestra mesa hoy y han de faltar para siempre. Sin embargo su recuerdo es tan tangible que hasta podríamos guardar un lugar físico para ellos.
Sabemos que hay enfermos, ya lo vivimos; hay presos que se enfrentan a sus actitudes anteriores, quizás estén arrepentidos o lo estarán mañana, hay doloridos del alma y nosotros marchamos en esa farándula inexplicable que nos fueron trasmitiendo otras generaciones, pero que nosotros dejamos crecer… crecer…indefinidamente.
Las fiestas, no obstante no nos traen serenidad. A veces nos disgustan. Las fatigas de los días previos, pueden hacernos descorteses, ofensivos…
Pasarán días, semanas y meses hasta que vuelva a renacer esta Navidad errónea y trastocada, en la cual aunque tengamos arboles coloridos, pesebres alusivos y algunos villancicos, Jesús será el gran ausente. Se sentirá fuera de lugar, utilizado, olvidado; transgredidas sus enseñanzas en esta fiesta del mundo que creamos para nosotros mismos.
Muchos tal vez, sin que nadie lo sepa jamás, den pan y alegría a un necesitado, otros quizás musiten una oración…No faltará quien se acerque a un enfermo solitario y desconocido, sin que su otra mano se entere de su dádiva o su consuelo. Pero no serán demasiados y jamás suficientes.
La Historia señala con honores alguna tregua inusitada y repentina entre feroces contendientes, como respeto a la Navidad, pero fue imposible que la misma se transformara en una cesación definitiva de las luchas. Cargamos nuestra imperfecciones, de las cuales la más peligrosa es la ambición desmedida.
Es muy poco lo positivo y rescatable en el sentido de esta fecha. La ruta la recorremos año a año, un camino que nos acerca más a lo terreno y a la carne, que al espíritu divino. Pero amamos a Jesús, sólo que el Mundo, las imágenes, la publicidad, la costumbre nos atrapa. ¡Qué pena!
Aún con mis reflexiones yo no escapo a la caravana. Querría que todos comprendieran. Tal vez lo hacen, sólo que pocos se detienen a decirlo. Y junto a mis actitudes iguales a las de todos, me detengo a pensar en el humilde pesebre y casi susurrando pido perdón, antes de decir,:¡Feliz Navidad!