viernes, 21 de octubre de 2011

Clemencia

Yo viví mis peligros y hoy los cuento
Fui víctima o culpable o ambas cosas,
pero el Señor, limando mi aspereza
me salvó con caridad preciosa.
Fui negligente, necia y hasta ruda
luego, aplicada, hábil, competente.
Adolescente, adquirí mis dudas
y evité resbalar en mil pendientes.
El amor llegó como invocado
pues con ansias lo esperé segura
Y llegó tal como yo pensaba
callado, serio, ojos de ternura.
Sin que lo supiera, Dios estuvo
cuidando mi senda, y aunque errada
haya sido, la tomó por suya
para hacerme grato mi pasado.
Pero una noche me sentí desnuda,
sola, desprevenida y apenada.
Jesús me enseñó la nueva ruta
Y me dijo: No temas, te he salvado.
He visto te perdiste en el camino,
mas nunca te fuiste de mi lado.
Sé que sufriste por callar mi vía.
Porque sé que creíste yo te he amado.

miércoles, 19 de octubre de 2011

En el Daymán

Estaba allí en el Daymán. Era su casa aquella rinconada donde las losas aparecían en racimos o provocaban suaves cascadas cuando el caudal crecía. Era el guardia de honor de aquellas placas o mojones que recordaban la breve parada de Artigas y el Pueblo Oriental, antes del cruce hacia el Ayuí. Quizás descendía de aquellos cimarrones que el prócer mencionó. Lo curioso era, que lejos de él un espíritu combativo. Su pelaje blanco amarronado se había acostumbrado al medio, y aunque a veces estuviera mojado, no se sacudía para secarse como habitualmente hacen sus congéneres. Se sentía sereno con nuestra compañía. Parecía que ni siquiera hubiera advertido nuestra presencia y continuaba mirando el suave ondular de las aguas mientras sumergía cada poco su hocico tratando de mordisquear algo. No podíamos notar si tenía éxito, pero su mirada paciente no se despegaba de la corriente. Era un perfecto pescador aunque no tuviera red ni caña.
Llamaba la atención lo aquerenciado que estaba allí. Luego de un largo rato en que estuvimos observándolo, nos levantamos de la piedra para irnos. Interrumpió su tarea de pescador y nos acompañó hasta la ruta. Un meneo suave de la cola como señal de despedida.
De pronto al ver que otras personas se acercaban al lugar,se alejó de nosotros para iniciar prontamente el regreso para acompañarlos. Su cola se hamacaba nuevamente. Perfecto anfitrión, recibía y despedía a las visitas. Jamás un ladrido que demostrara alegría, hostilidad o malhumor. Resignado o feliz por gozar de esa ribera abierta, que parecía brindarle su diario alimento Una costa generosa que seguramente le contagiaba su hospitalidad.
Era una mañana tan plácida que ni siquiera pudimos pensar en aquellas aguas cuando se volvieran correntada peligrosa. ¿Qué protagonismo tendría nuestro personaje? Ya no sería el paciente espectador que se espejaba en la corriente, ni tampoco el jinete que se atreviera a cabalgar las aguas. Quizás no era tan autónomo y pertenecía a algún amo, que consciente de su deporte favorito, le permitía transcurrir largas jornadas junto a las aguas dulces y rumorosas.
Pero ese día él marcó para nosotros un recuerdo indeleble.