Yo viví los años cuarenta.Allí nacieron mis seis años. Con ellos encontré la escuela.Fueron tiempos de balbuceos y descubrimientos. Entonces conocí una patria, próspera entonces,generosa como siempre después.Mis manos pequeñas fueron el mástil donde ufana ondeaba la bicolor bandera.En esos años yo iniciaba las primeras marchas hacia la conciencia nacional. Todos los niños, palomas temblorosas, agitábamos aquellos pabellones de papel.
Comenzamos a entonar el himno y a sentirnos parte de una tierra protectora que nos cobijaba con amor. El cumpleaños de ésta era un desborde de algarabía y entusiasmo.
Al culminar esa jornada conmemorativa, hermosas y coloridas bolsitas de papel de seda recubiertas con celofán y cerradas con coqueto cordón nos eran entregadas antes de romper la fila. Encerraban un puñado de apetecibles caramelos.Un cálido saludo del maestro y un agradable ¡hasta mañana! era la despedida luego de aquel acto de homenaje.
A pesar de los años que han pasado, no puedo olvidar las festividades de esa década.Por ese tiempo me animé a recitar los primeros poemas que me confiaron.Poemas dedicados a la gesta heroica que precediera al nacimiento de nuestro país como nación independiente.El hogar y la familia ayudaban bastante a sentirnos orientales, como prefería Artigas o uruguayos como nos conocen en el exterior.
Hoy el mundo es mucho menos ajeno. La patria chica traspone las fronteras hermanándose con otras naciones. Eso nos parece justo. No queremos sentirnos elitistas ni discriminados. Ya no vivimos los años de bonanza, pocos los viven. Pero este corazón verde de campos ubérrimos al que cantamos tantas veces con encendido entusiasmo, es y será siempre el solar que nos pertenece, aquel que nos cobija, en nuestro pasaje por la vida. Pero traspuesto ya el siglo llegan otros Veinticinco de Agosto, o 18 de Julios y querríamos ser niños como entonces, desconocer políticas y ambiciones, disimular carencias y enaltecer los logros. Desearíamos tener la voz entusiasta y el alma limpia para cantar nuestro himno,la mirada clara para mirar con reverencia a la bandera. Recordar que nuestro escudo nos habla de una justicia que debemos cuidar, de una abundancia que sabremos valorar, de una libertad que es nuestro orgullo y de una fortaleza que nos hará firmes ante el peligro o las presiones.
Nuestra mano no ha crecido tanto, la banderita ya no está en ella, los caramelos son apenas el recuerdo de un sabor de antaño, pero nuestra alma se siente henchida de gratitud y de esperanza. Por eso querría que todos al unísono gritáramos:¡Feliz cumpleaños Patria mía!
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