Sin retazos
Entre hierbas y matas paso por un atajo. Afirmo confiada mis pies en los trozos de asfalto que hoy perduran de lo que fue una ruta única y sombreada. Aquella que junto a mi casa llevaba a la capital y a otros muchos destinos.
Era estrecha, en verdad, hoy lo recuerdo, pero los automóviles eran más perezosos y muy raras veces dada su marcha moderada, se estrellaban entre sí o contra los altivos y perfumados eucaliptos que marcaban el borde de la ruta. Tampoco debo olvidar que a pocos metros hacia la derecha, un camino polvoroso con apenas una fina capa de balasto disimulaba que antes era la tierra apisonada que recorrían las diligencias.
Pero vuelvo al camino que recorro y aunque el asfalto es apenas retazos de un ayer en el cual estaban incluidos los ómnibus con el elástico e inconfundible galgo en su costado, visión imborrable de mi juventud hoy lejana, debo aguzar la vista para ver que hay ramas ásperas que debo esquivar, o pasto mullido, minúscula alfombra para un descuidado pie.
Parece un puzzle desbordado de la mesa donde fue armado
Un día, hace quizás cincuenta años, algún ingeniero trazó una recta en campos casi despoblados para acortar la distancia entre Montevideo y el principal balneario. Al mismo tiempo pensó una bifurcación hacia la izquierda para empalmar con la ruta panamericana.
Lo cierto que estos pocos metros que yo paso con frecuencia son apenas el fragmento descartado para el uso de vehículos. Sirvió hace cincuenta años para que yo viera pasar a Celia, precedida de su esposo hacia el almacén del barrio. Nunca supe el por qué de ese andar cansino en fila india. No creo haya sido una señal de preferencia ni de homenaje. Tal vez algún año más sobre los hombros de la mujer, o el cansancio lógico de criar varios hijos. Lo más posible era que la costumbre los había hecho caminar a destiempo.
En su momento, ellos pasaban por la vieja ruta que todavía lucía orgullosa su asfalto gris y continuado. Hoy, yo atravieso también pedacitos de vía, sin nadie que me preceda, ni camine a mi lado, completamente sola y apurando mi paso para que la lentitud que traen los años no me aprese. Al fin sigo teniendo alma de niña, desconforme tal vez con que el tiempo que no se detiene, deje más recuerdos que valoración del presente. Éste es tan breve que apenas termino de escribir se convierte en ayer.
Y yo debo prepararme para encontrar un camino íntegro, sin retazos, un camino de luz recto y claro que me conduzca hasta el mañana de paz y amor que me han ofrecido y que yo acepté.
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