miércoles, 8 de diciembre de 2010

Acaso...




Arribaba con su pequeña pero altiva tropa a una nueva villa.¡ Habían sido tantas las que habían quedado atrás, en el largo camino!
Pueblos o aldeas que daban un asilo forzado al invasor. Y ellos lo eran. Pero flotaba aquí un aire diferente. El perfume y el color lo retrotrajeron al comienzo de ese ridículo periplo que recorriera. Arrancado de su hogar apenas transpuesta su adolescencia fue pronto enfrentado a sucesos terribles e inimaginables. Primero tuvo temor, luego fue adquiriendo esa indiferencia robótica que lo caracterizaba. Fue la manera de poder continuar. Los galones le habían llegado tal vez por el tiempo y su don de mando, pero dentro de su alma palpitaban todavía viejas emociones, que hoy, se apuraban por asomar.
Pensó que retornaba a su hogar, o mejor que nunca había partido. Las rosadas flores que engalanaban los durazneros, le trajeron recuerdos del huerto de su padre. ¡Cuántas veces de niño había arrancado una hermosa varita, sin meditar que serían menos los frutos que gustase después. La tentación era tan grande  que no vacilaba antes de aquella acción casi instintiva.
Una debilidad casi femenil que lo acercaba a sus años de niño.
Hoy no pudo vencer aquel impulso y se vio a sí mismo con un débil gajito en su mano. Desentonaba bastante con el oscuro uniforme que vestía, pero no le importó.
Marchaban altaneros, pero él sabía que estaban quemando los últimos cartuchos. La guerra terminaría pronto, lo presentía y anhelaba.
Su intuición, noticias que llegaban, parecían indicarle que finalmente no serían los vencedores.  Eso era lo que menos le importaba. Solamente ansiaba la paz. Había visto demasiados muertos, terror e injusticias. La guerra, no era su elección. En realidad, pensaba, sólo un grupo de fanáticos podía desearla. Él había pasado de granjero a soldado. Había perdido su inocencia, pero no sus principios. Su familia era pacífica, amable, buena. Así lo habían formado. Afortunadamente no había  tenido que disparar más que a aquellos que lo habían enfrentado. Sus órdenes  aunque aparentemente duras, solamente obligaban a atacar en caso de peligro.
Todo eso estaba en su corazón, pero su porte y su divisa  inspiraban otros sentimientos en este suelo que hoy  pisaban. Las flores temblaban en sus manos mientras una ardiente lágrima pugnaba por asomar.
Sentía que le habían robado sus sueños y su juventud. Sus seres queridos estaban lejos y también la rubia  Elvira, que le regalaba risas y miradas.
Tal vez regresara un día, si la lucha terminara al fin, y la muerte no lo alcanzaba antes. Pero volvería quizás vacío, temeroso por estos años locos, más duro, más cambiado.
   Sin embargo las aromadas flores que apretaba casi inconcientemente eran acaso… una tímida esperanza…

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