He encontrado una vieja fotografía. La observo detenidamente. Allí estoy sonriente, casi niña. Muestro la frescura de los pimpollos que quieren abrir, no importa en que flores se transformarán mañana, si no hay vientos o fríos adversos que lo impidan.
Parece una soleada tarde de estío, y me he parado “frente al mar”, como dice el tango. Un mar seguramente plácido y azul. Pero no estoy sola, mi madre está a mi lado. Me sorprende ver que era una joven apenas treintañera, para mí ella fue siempre intemporal. Desde la distancia en tiempo, descubro que era bonita. Viste de negro, yo, de blanco. Nuestra ropa es informal y veraniega, ideal para un paseo vespertino.
Estoy apoyada en una de las columnas de la rambla de Piriápolis. Sé que a nuestros pies, Pepe, el fotógrafo, vistiendo su llamativa camiseta roja y en cuclillas, intenta captar los detalles más favorecedores. Y no ha fallado. Ha podido aprisionar la tersura de mi piel y me ha mostrado más alta de lo que era. Mis apretadas trenzas dejan al descubierto un rostro abierto y natural, con mejillas algo sonrosadas por el sol, la luz lo indica, aunque la foto sea en blanco y negro.
Mi aspecto es el de la página en blanco que a veces menospreciamos. Ninguna emoción ha sido escrita todavía. Montañista feliz al pie de una metafórica elevación a la que iré trepando aún sin impaciencias. No muestro incógnitas ni sueños postergados. Serena disfruto de aquel pequeño presente.
Me he detenido solamente en mí, porque mi mamá ha partido hace algunos años, llevándose su encanto y regalándonos su recuerdo.
Sesenta años después de aquella tarde, mi piel refleja las huellas de una vida algo larga, con ciertos escollos y un leve cansancio.
Tengo las arrugas provocadas por risas, dolores, alegrías y llantos y por supuesto el envejecimiento normal que dejan los años que se acumulan despiadados.
Tengo las arrugas provocadas por risas, dolores, alegrías y llantos y por supuesto el envejecimiento normal que dejan los años que se acumulan despiadados.
Aunque no me enfrente a los espejos, yo conozco la realidad, pero ¡cosa curiosa! mi alma ha retrocedido, está allí, en aquel momento del clic, y no quiere desprenderse.
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