DESPEDIDA
La tarde es fría, el mar sereno. La imponente nave espera el flujo de pasajeros que se mueve. Un empujón, un “perdone”, una valija, un adiós. Los jóvenes, las manos enlazadas, trepan con prisa la escala. No se detienen hasta la primera clase. Recorren salones y pasillos, el bar, el restaurante. Pasan inadvertidos entre la multitud.
De pronto una ronca y estruendosa sirena, rompe el encantamiento. Es el alerta de la próxima partida. Más veloces que antes están nuevamente en medio de la escalerilla. Un beso interminable, un “espérame” dos “te quiero”. Unas monjas que ascienden los observan con tolerancia y comprensión. Ella desciende, él sube. El llanto los demora. En el muelle, familiares nerviosos la esperan.
La escala es levantada y la mole comienza a navegar entre puntillas de espuma, hacia un imprevisto horizonte.
El muchacho desde la cubierta de tercera clase se apoya en la baranda.
Mueve los brazos en señal de saludo pero pide a una columna que cubra su emoción.
Lenta, muy lentamente, la nave parte cada vez más pequeña acentuando la sensación de lejanía. Él, apenas un punto oscuro e inmóvil.
Pronto nave y él son sólo una maqueta. En el puerto ella llora, tiembla, sueña…
Su mano es un pañuelo que en lugar de adiós, le grita ¡Hasta mañana! Él es la golondrina y ella la primavera, No es necesario más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario