viernes, 15 de octubre de 2010

desde la nebulosa


Antes que la Tierra se formara  yo ya existía en una nebulosa. Hoy soy una erguida roca que se alza junto al mar. He cambiado mil veces, en los largos milenios.
Mi superficie gris, áspera, esconde un interior inquieto. Átomos se acomodan permanentemente y moléculas desasosegadas, especialmente cuando el calor me agobia, descargan su cuota de electricidad.  Entonces millones de partículas danzan  alocadamente como el más ansioso de los corazones.
El frío alguna vez aletarga algo esos latidos, pero nunca llega a detenerlos.
Los seres a quienes llaman animados no sospechan nada de mi vida interior.
Sin embargo yo veo sus cambios, presiento sus sentimientos, dadas la exteriorización que de ellos hacen. Comprendo que la risa denota alegría y que el llanto casi siempre dolor. Estoy habituada a los largos silencios de aquellos que a mí se acercan, son iguales a los míos.
Me llega el perfumado aroma que me obsequian los montes cercanos. Y veo las alteraciones que ocurren vertiginosamente a  mi  alrededor. Yo también tengo los mías, pero  son casi imperceptibles  para los demás.
Los vientos me golpean con frecuencia pero se rompen al chocarme.
El sol me calienta demasiado en los mediodías  estivales y no alcanza a entibiarme en los de invierno.
La blanca luna en cambio suele aclarar mis noches solitarias.
El mar es mi amigo, mi confidente, casi mi enamorado.
Me trae relatos de lejanos fiordos y de hombres diferentes e iguales a la vez.
Es mi mensajero y yo, dócil me entrego a él Sé que con cada beso algo se lleva de mí
Me adelgazo y empequeñezco con su desmedida pasión. Pero yo necesito su compañía y no intento rechazarlo
Mi entrega es absoluta y total.
Mis alegrías son sencillas, sin exigencias. La esporádica visita de un caminante a quien brindo  sombra o abrigo, el bullicio de los niños, las  aves marinas  que me consideran su atalaya.
Parezco insensible. Sé que dicen “duro como una piedra”, pero   me causan pena, sólo
ven aquello que pueden percibir sus humanos sentidos.
Además qué sería del Mundo sin mi resistencia y la de mis hermanas, tal vez esencia volátil y fugitiva.
Como todo en el Cosmos sufro mutaciones. Sé que poco a poco me iré transformada en arena. Pero siempre he de renacer. Tal vez integre un muro o  una duna
Si me fuera dado elegir alguna de mis posibles formas, elegiría convertirme en cristal. Así atesoraría  la luz que hoy me desprecia. Sería transparente y apreciada, con un algo de magia.
Acrisolada por el fuego que ennoblece y purifica, podría volver una y mil veces, hasta acercarme a aquella forma primigenia  con claridad de estrella..

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