Fueron treinta y tres sorpresas al unísono, inesperadas en ese instante pero demasiado previsibles por los descuidos u omisiones de los empleadores. Fueron treinta y tres coincidencias. Estaban los que siempre acostumbraban y estuvieron aquellos a quienes el azar volvió partícipes. Fueron treinta y tres llantos y los mismos desconsuelos. Treinta y tres oraciones simultáneas hacia Dios a través de varios credos. El mismo número de individualidades, de desesperanzas y de expectativas. De voces que gritaron sin eco, de pensamientos encontrados y perdidos, de esfuerzos para ser advertidos, de retrospección y de promesas. Fueron treinta y tres ilusiones y treinta y tres rescates.
Y el Mundo palpitó junto a ellos conmovido por la tragedia por la entereza, la resistencia y la fe.
Pero ahora necesitan ser otra vez solamente uno entre todos los demás. Necesitan recuperar o transformar sus vidas. Escapar a ese número casual que pudo ser cualquier otro pero que tuvo en su momento un toque de reminiscencias de muchos treinta y tres. Deben salir si es que ellos así lo desean o necesitan. Es preciso que recobren esa identidad voluntariamente anónima que los caracterizaba para volver a ser libres. Libres de la curiosidad, de los halagos, de la prensa, de la popularidad, en su futuro y para su paz. Libres para reflexionar, para trascender más, o volver a las entrañas de la tierra. Libres para agradecer y para rebelarse. Libres para festejar o aislarse, para permanecer en su hogar o viajar por mil senderos. Libres para renunciar o volver. Libres con mayúscula. Solamente Libres.
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