miércoles, 17 de noviembre de 2010

Yo, entre girasoles

                                         

¡¿Qué hago yo en este país desconocido?! ¡Sola, completamente sola! Creía estar junto a mi esposo, feliz, en una noche prometedora. Pero era sólo una ensoñación. El tren me ha dejado aquí en este lugar inhóspito. . Nadie habla mi idioma. ¡Estoy  tan lejos y perdida! El aire fresco golpea mi rostro mientras yo impertérrita busco quizás una quimera.
Me detengo a pensar cuántos esfuerzos, gestiones, ruegos, humillaciones enfrenté, antes de dejar mi pueblo lleno de sol a pesar de las devastaciones que suelen dejar las guerras. Tenues sonrisas de compasión ante mi imposibilidad de creer que él hubiera muerto. “Desaparecido”… decían los papeles. 
Apenas dos o tres días después de la boda él  vistió  uniforme de soldado y así me había sido arrebatado.  Esperé como todas con ansiedad y esperanza, días, meses, y años, hasta estar en posesión de aquel papel que tiré arrugado, enfurecida con la ineptitud y la indiferencia, porque yo estaba segura que él no había muerto, no pudo irse sin adiós, ni   hasta mañana.
Y aquí estoy. He dado balbuceante algunos datos:-“ Italiano, guerra, desaparecido”, la descripción de cómo era entonces,   pero poco me entienden
Hasta que alguien me indica este grupo de blancas casitas en los aledaños de un humilde poblado. Son todas blancas, prolijas. En una de ellas una joven pequeña, rubia, que  parece una niña, trata de saber lo que pretendo.  Detiene el lavado que realiza allí, junto al florecido jardín,
Éste es sin dudas su verano. Los girasoles reemplazan a la nieve apretada aunque a mí me parece una tarde de invierno. Pregunto por el esposo, me dijeron que es italiano, quizás sabe algo del mío,  Entiendo que está en el trabajo, lo espera con tibieza. El amor se adivina Me ofrece entrar. Yo no acepto. Miro al  niño rubio como ella  que juega en el pequeño patio. Estoy inquieta, cansada, ansiosa.
Un hombre  viene llegando con un bolsito en la mano y un overol de operario. Las palabras se congelan en mi boca. He visto un fantasma. El fantasma de mi marido, él alcanza a verme, y yo huyo desesperadamente. La joven me llama, pero yo no me detengo hasta llegar a la estación.  
   ¡Tantos esfuerzos para esto!. La muerte hubiera sido un bálsamo en comparación con este instante. ¡Encontrarlo en un nuevo hogar, con una esposa más joven, bonita, tan ilusionada como yo antes del golpe, y con el hijo que yo no tuve tiempo de darle. La odio un segundo,  pero enseguida me avergüenzo. Es una mujer como yo, pero es la ganadora. Yo soy una víctima de la guerra y del destino.
De alguna manera él me sigue, me ofrece recomenzar  recuerda sus promesas frente a Dios, pero una gran tristeza aparece en sus ojos que copian los míos. Las heridas fueron gravísimas me está contando,  casi congelado lo dieron por muerto. Perdió la memoria. Ella lo encontró y con meses de sacrificio logró que se restableciera. Lo demás es evidente. No se necesita oír más .Le  digo: -“basta”, pero él insiste. Pensó que yo creyéndolo muerto seguramente   habría  rehecho mi vida. Su agradecimiento por la joven se fue transformando en un amor nuevo, sano, tranquilo. Tal vez no con la misma furiosa pasión que nos había unido, pero amor al fin
No quiero que diga nada más.  Debo pensar que él murió en aquella batalla. Éste es el hombre  al que una extraña  hizo renacer Enjugo momentáneamente mis lágrimas y demuestro una serenidad que estoy lejos de sentir. Le digo que  ya no seríamos los mismos y que su verdadera familia era ahora aquella, incluso finjo la existencia de otro hombre que me ama, dando a entender que mi búsqueda fue para cerciorarme  de que ya era realmente libre.
Una indiferencia que casi le duele, es mi último gesto en el andén.
Apenas el tren inicia su marcha con un ronroneo ofensivamente feliz, mis lágrimas corren y corren por mis mejillas y una aguja perfora mi corazón…
Las luces se encienden de pronto y mi esposo me aprieta cálidamente la mano mientras musita a mí oído. -Estás llorando? ¡Vamos!  y me da su pañuelo.- Es sólo un buen filme Yo me aferro a él porque la multitud nos empuja, mientras me nace un profundo resentimiento hacia el guionista, el director y  los protagonistas que han logrado angustiarme de esta manera.

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