Si la casa es amada sueña y ríe.
Alienta junto al alma de sus amos.
Se entibia en la sonrisa de su huésped,
y es rica en el perfume de la vida.
Se engrandece de amores y de hijos,
comparte los silencios o se llena de ruidos.
Tiene el grato sabor del manjar de su mesa
y la tibieza blanda de los nidos.
Guarda bien los secretos y cuida de la vida.
Es madre generosa y la cómplice hermana.
En las tardes de estío, tiene la frescura del alba
y en las horas de frío el abrigo anhelado.
A veces siente el golpe feroz de una partida;
entonces mustias flores yacen en los jarrones,
el descuido se filtra por sus puertas cerradas
y la congoja llora en los vidrios dormidos.
No importa si es rica o minúscula choza,
basta con que la moren, basta con que la quieran.
Ella siempre será la madre generosa,
atildada y prolija, o bohemia amistosa,
y cuando el amo en ella repose y se deslice,
sabrá que tiene amiga, compañera o esposa,
porque ella ha de brindarle su afecto silencioso.
¡La casa tiene alma y sueños y poesía!
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