martes, 7 de agosto de 2012

Miedo

                                                  
Ese terror absurdo que me marcó de niña, no supe nunca a qué atribuirlo. Lo cierto era que cualquier tormenta intempestiva con su mezcla de luces y de ruidos me hacían correr irracionalmente hasta cualquier rincón de nuestra casa para tratar de disminuirlos bajo mantas y frazadas. Un llanto convulsivo hasta que volviera el silencio y la calma- Y así una y mil veces. No importaban las explicaciones si las palabras tranquilizadoras. Yo era la fugitiva perenne de las tempestades. Los días de festividades patrias, entre fuegos de artificiales y cohetes seguían siendo  tormento para mi oídos y mi sinrazón. Un día, cuando ya tenía nueve años una brusca y atemorizante tormenta de verano, me encontró corriendo por un campo desierto. Corría y lloraba, apretando el canasto repleto de uvas. Mientras, rogaba a Dios que pudiera llegar a mi casa. Lluvia y truenos cesaron de repente. Entonces me creí una heroína por haber sobrevivido a tanta agresión. No tenía entonces idea de guerras injustas, devastadoras donde el ruido de las armas más o menos pequeñas y de las balas de los cañones asustaban a los más valerosos. Me hice adolescente y mujer. Toleraba bastante ya los cohetes y las tormentas me producían todavía miedo, pero podía resistirlo. Sin histerismos. Sabía que había tormentas mucho más grandes en el alma del ser humano, algunas se atrevían a manifestarse cerca de mí. Para esas un llanto tenaz y otra vez los oídos cubiertos ante mi impotencia por calmarlas.
 Así me dije un día: Mi futuro será de paz. Nada de discusiones, ni voces airadas. Todo amor. Para lograrlo claudiqué muchas cosas, no es fácil abatir intolerancias con la voz suave y mansa, y los silencios impuestos por mi voluntad se hicieron a veces interminables y fui yo la que nuevamente prorrumpí en llanto para terminar con ellos La vida me había engañado, la paz no se alcanza sin explicaciones y éstas no son siempre tan silenciosas porque llevamos gritos e insatisfacciones en el corazón y sólo se calman con alguna explosión brusca de alguna parte. El ser humano no nace con un carácter suave y conciliador. A veces la ira nos atrapa y no sabemos cómo dominarla. Dios puede detener los vientos, acallar los ruidos, pero nosotros no tenemos la riqueza de su carácter y nos desbordamos como ríos. El tiempo me fue enseñando, aunque nunca fui tan inteligente como para alcanzar la serenidad absoluta y definitiva.
Logré sufrir mejor algún vendaval  que arreciaba pronto .  Como dijo el  poeta, uno era la roca el otro el mar que intenta derribarla, pero en cambio discrepo con él mismo, en que en mi caso “Si, pudo ser” La armonía fue surgiendo de a poco, a medida que aprendimos a tolerar, a confiar, a entregarnos uno al otro para desafiar los fenómenos de la naturaleza, propia, y de la naturaleza de los elementos físicos, entre ellos los que causan desgarrantes enfermedades.Tan sólo nos costó aprender durante cierto tiempo que el amor no es torbellino, ni pasión,es paz y compañerismo, unión y solidaridad.

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