LOS CIRCOS Y EL TEATRO
¡A cuántos circos concurrí de niña, de joven, de adulta! Ya no recuerdo ni siquiera los nombres de todos ellos, tal vez de pocos. No eran esos suntuosos circos de inmensa carpa donde fieras y artistas hacían del acontecimiento algo inolvidable. Sin embargo poseían dentro de los modestos recursos que marcaba una decadencia que un día los haría desaparecer, espléndidos equilibristas, ecúyeres con donaire, alguna fiera ya fatigada, tanto como los payasos que arrastraban sus chistes con cierta tristeza. Cuanto más lejanos en mi pasado, sé que eran más esplendorosos, pero no dejo de reconocer que el esfuerzo por sobrevivir, empeñaba a sus actores a veces a actos hasta heroicos. Esa era la primera parte. Después de un intervalo de golosinas y tarjetas con las fotografías de las artistas más “seductoras”, indefectiblemente aparecía aquel teatro, del que solíamos en los últimos años escapar con prisa. No obstante eso, nuestra niñez, permanecía hasta el fin, mirando a Martín Aquino, El Pequeño Héroe del Arroyo de Oro, Flor de Durazno, M`hijo el dotor, Barranca abajo, Santos Vega, u otras obras de corte campesino. Los actores nos parecían malos, ajenos a la realidad, estruendosos, trágicos. Cumplían sin embargo en su repertorio gastado con una acción cultural. Esos circos que llegaban a los pueblos diseminados por el interior de nuestro suelo, trataban de acercar, con su esfuerzo grande, aunque no siempre bien logrado, el teatro a nuestros pueblos., ponerlo al alcance de las capas más humildes de la sociedad.
Familias de poquísimos recursos, quizás ahorraran en víveres o vestimenta para acercarse entusiastas a las carpas, últimamente remendadas, para satisfacer el ansioso deseo de los hijos y hasta el suyo propio. El altavoz o el megáfono se había encargado de promocionar su presencia. ¡Y cómo escapar a aquella fantasía de luces que prometían un buen rato de esparcimiento! Así, bueno o malo, el teatro penetraba en los diferentes estratos sociales. A veces, la literatura penetraba en imágenes, en mentes sencillas de poca o ninguna ejercitación lectora. Hoy reconozco, el esfuerzo grande que realizaban los miembros de aquellos circos, que por su economía no poseían tantos números espectaculares, como aquellos que podría esperarse. No me refiero a la calidad de los trapecistas, gimnastas, malabaristas, sino a la ausencia de costosos animales, tigres, leones o panteras. En cambio, no faltaba algún animal doméstico, que hiciera las delicias de los niños. Tal vez desde esa época ha quedado en mí, y a veces me avergüenzo de ello un cierto rechazo por el teatro dramático. En realidad prefiero las comedias con humor; las risas son más fáciles de sacar que las lágrimas. Para llegar a mis sentimientos es más fácil lograrlo con el cine. Comprendo que es un arte muy diferente, pero se parece más a la realidad. En cambio el teatro, más allá de la valoración que pueda hacer de la interpretación digna o excelente de los actores me emociona menos. El teatro nacional es muy bueno. Tenemos espléndidos actores, pero la realidad de mi función en una platea, sin sentirme calificada, es más la de una analista que de un gustador de la obra. Tal vez la marca de los teatros menores a los que me he referido, pero que tuvieron el valor de la penetración, es el mismo, que se interpone entre el actor y yo. Siempre he pensado que jamás habría podido ser actriz. Ni siquiera me habría gustado. Sin embargo, mi afán por la poesía, y la lectura expresiva parecerían demostrar lo contrario. En fin… Tal vez solamente son divagaciones en una tarde solitaria, cuando el sol comienza a abrir un cielo más oscurecido por el invierno que se ha alejado.
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