Recordemos nuestras suaves colinas, las redondeadas elevaciones, el agua cristalina zigzagueando entre las laderas y el mar cambiante y misterioso.
Sentiremos todavía aquellos vientos raramente huracanados y las brisas perfumadas de la primavera.
Era la lluvia casi siempre oportuna y el clima agradable en un país especialmente digno de ser vivido.
El habitante, conocedor de esos dones era igual, afable, algo indolente y despreocupado. Apto para ser perfecto mediador, defensor de la justicia y de la paz.
A medida que el país progresaba la cultura aumentaba, los intelectos se desarrollaban ampliamente, y muchos hijos de este suelo desde aquí y desde el exterior se convirtieron en expertos en Relaciones internacionales. Modelos de cordura, sabiduría y elocuencia capaces de apoyar y defender toda causa justa.
Hoy la inteligencia perdura, la capacitación ha aumentado, sin embargo de aquel paisaje casi paradisíaco, perdura tan sólo el suelo curvilíneo, las verdes praderas y el mar rumoroso.
Vientos muy fuertes han soplado en la naturaleza y en los hombres. Han aumentado los fríos y el Sol se ha vuelto más abrasador.
Muchos hombres y demasiados jóvenes han caído en la intemperancia, en los errores, en los delitos a que han sido conducidos por hábitos que jamás sospechamos que surgirían.
El mundo exterior ha influido dolorosamente en nuestra sociedad y ahora ignoro si seguimos siendo tan ecuánimes y generosos.
Hoy hay hambre, hijos que emigran, muertes injustas, prematuras, trágicas.
Tal vez seamos más agresivos al igual que los vientos…
En cambio el suelo sigue siendo firme y confiable, y mientras desde la distancia oímos o vemos escenas de pueblos más iracundos e intolerantes, más pobres e inestables, nos atrevemos a extender la mano cálida e invitante para que se sepa que los golpes fortalecen y que lo único que perdura es la solidaridad y la comunicación.
Aún tenemos mucho para decir, y aquí estamos
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