martes, 31 de mayo de 2011

El Oído

El hombre, máquina perfecta, fue creada por Dios con precisión para su mejor funcionamiento. Así posee esos cinco sentidos. No debe ser error el que el oído, siempre alerta, capte todos los sonidos. A veces querríamos evadirnos de voces destempladas, de susurros calumniosos, pero el medio en el que estamos no nos permite recurrir a ningún objeto que atenúe los desagradables sonidos. El oír es pues involuntario; para evitar escuchar lo que nos desagrada debemos trasladarnos junto a ese sentido, que jamás se detiene.
Sin embargo, no es justo rebelarnos ya que las percepciones de todos los conocimientos pueden ser captados por el oído, las palabras sabias que nos enseñan, los consejos elementales o importantes que nos transmiten nuestros padres, la palabra de cariño o cálida de amor, aunque también entrarán los lamentos angustiosos de un ser desvalido, las imprecaciones, los disparos de las armas, el ulular de las sirenas, el silbido angustioso de los feroces vientos, el ruido atronador que produce la caída de bombas o de rayos,o infinitos cuerpos pesados.
Gracias a él podremos prevenirnos del ataque que se nos infiera desde la oscuridad o desde nuestra espalda. Mucho de bienhechor y nada innecesario es pues, este sentido, cuando las personas que lo han perdido, se vuelven frágiles, agresivas, suspicaces. Las pérdidas del gusto y del olfato nos privan de aromas y sabores, la del tacto es triste y dificultosa, la de la vista nos vuelve a un mundo retrospectivo y angustioso, pero la del oído nos convierte muchas veces en fieras ofensivas, tal vez porque sin el mismo estamos más desprotegidos y más aislados del mundo que nos rodea, y como la apariencia física no acusa esta falta, recibimos menos amabilidad, solidaridad y ayuda de quienes están en nuestro entorno. Sin él nos privaríamos de algún sonido repentino que nos resultaría grato, de un adiós que deseáramos dar o de un “bienvenido” que estaríamos esperando con anhelo.
Incluso estaríamos privados de emitir una voz dulce y expresiva, porque no sabríamos como modularla, a menos que la pérdida de este utilísimo sentido hubiera acaecido después que ya hubiéramos aprendido a hablar con fluidez.
No le quitemos pues, importancia porque además de permitirnos llenar nuestra alma de melodías y dulzura es un importantísimo y celoso asesor.

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