domingo, 27 de marzo de 2011

Escribiendo...

Me encanta adueñarme de pedazos de vida ajena, hacerlas mías. Compartir otros dolores o llevar cargas que no me pertenecieron. Me resulta fácil escribir tristezas. Tal vez debí nacer algunos siglos antes cuando las brumas cubrían los muros grises de castillos casi en ruinas, cuando el amor era más una aguja clavada en el corazón que una risa floreciendo junto a durazneros aromados. Pienso que mis pesares se esfumaron muy rápidamente o no significaron un dolor profundo. Acaso mi vida careció de esa cuota de emotividad que absorbo prontamente cuando no es propia. Hasta a mis vivencias posiblemente las disfrazo, empobreciéndolas o engalanándolas según los casos. Debí cantarle a la maravillosa creación, a las flores, los perfumes, el colorido de las aves, el riente correr de los riachuelos,las tardes tibias y las dulces brisas, los niños en los juegos o las ancianas con sus tejidos y sus relatos repetidos. Pocas veces lo he hecho. Me he detenido en la juventud, en imágenes que jamás envejecen aunque soporten el peso de sus conflictos o la paz de sus reconciliaciones. El amor es eso, sueños, incertidumbres, emociones, tentaciones, esperanzas... Y aun desde esta lejanía que no olvida,entre nostalgias que perduran, a pesar de que pongo empeño en enmendar varias cosas, armar y desarmar actitudes y gestos para acomodarme bien a los evangelios, a las promesas de un renacer, al Jesús generoso que caminó sendas rojizas y ásperas para rescatarnos, cargando el inmenso peso de nuestras culpas, no puedo dejar de echar una mirada algo fantasiosa hacia el pasado propio o ajeno. En el tiempo en que todo comenzaba, cuando existía la frescura de la inocencia, cuando un grano de arena nos parecía una roca, y una roca un granito de arena. Cuando a un árbol lo creíamos monte y a una loma una montaña. Trato de adquirir la sensatez que dan los años , pero un pedacito de mi alma tal vez quedó enredada entre las frondas o permanece prisionera en una torre inaccesible. Creo que moriré niña aunque mi vida haya sido larga. Pero estoy segura que Dios me permite escribir estas frases con poco contenido y menos fundamento, porque sabe que son divagaciones inocentes que me gusta desgranar algunas tardes cuando estoy sola y me creo poeta.

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