Marchamos por la vida aferrados a algo. Desde que nacemos hay un instinto natural que nos empuja al seno materno para calmar nuestra sed de alimento, y a la caricia de nuestra madre para satisfacer nuestra necesidad de amor.
Y así iniciamos nuestra vida aferrados al cariño paterno, al mimo de la abuela, a la comprensión de la amiga, al abrazo del amado y a la manito de nuestro bebé.
Pero de a poco comenzamos a rodearnos de objetos materiales que pueden sernos necesarios pero que nos atan a la tierra.Desde un cuaderno infantil,un adorno que nos obsequiaron, aquella cartera que tanto me gustó, un libro interesante,un certificado, un vaso, una flor, una carta, un poema. Pueden ser cosas imprescindibles para nuestro desenvolvimiento , nuestra comodidad o nuestro espíritu. Así la lista se irá agrandando, con la fiesta de los quince años,un baile, la boda, una sonrisa, un dolor, una partida,un adiós, una pérdida, mil recuerdos...
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Todo encerrado en nuestra mente , todo atisborrando nuestros muebles, sin pensar que mañana partiremos desnudos como llegamos, dejando atrás el presente que es un lazo mínimo que une nuestro pasado con el futuro que nos pertenezca. Seremos un grano de arena, una brizna de hierba, polvo insignificante, minúsculo, desapercibido, dormido, hasta que Jesús decida nuestro destino definitivo.
Entre tantas pertenencias pasajeras será necesario que dejemos un espacio para la meditación acerca de la vida futura, y será imprescindible que no sea tan pequeño porque la promesa es grande, una tierra sin transgresiones, donde no habrá más dolor ni muerte y podremos adorar a aquel que siendo Dios, encarnó como nosotros para cargar con todos nuestras culpas y habiendo vivido sin pecado aceptó padecer por todos los hombres la ignominiosa y sufrida muerte en la cruz.
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