Nací en un hogar, sencillo. La organización, el trabajo y el
aplomo los ponía mi padre
Mi madre aportaba su juventud, su prolijidad, su inexperiencia, algún canto y alguna innata rebeldía.
Mi madre aportaba su juventud, su prolijidad, su inexperiencia, algún canto y alguna innata rebeldía.
Dios estaba presente en la oración nocturna enlazada con
aquel ángel de la guarda, que yo imaginaba como las imágenes de los cuentos, tan
niño como yo.
Dios estaba en la naturaleza, en el calor del hogar, estuvo
en mis caídas primeras y en la prisa con que me levantaba. Siempre estuvo pero
poco fue nombrado.
La tradición religiosa era débil en el medio y la única
iglesia que conocí, no ejerció la atracción que imaginaba.
La escuela me instruyó en muchas disciplinas. Las acogí a mi
manera. Despierta ante los desafíos, con ansias de no quedar nunca postergada.
Así razoné en las matemáticas, me introduje en la Historia con placer, porque
antes había tenido la fortuna de amar la lectura y transmitir las lecciones al
viento así como los poemas.
Carecí desde el comienzo de prolijidad, mis trazos eran
desparejos, tal vez claros, pero jamás hermosos. El motivo fue la prisa que me
empujaba, una prisa que ignoraba adonde me conduciría, pero a la que no era
fácil dominar.
Así que Dios me llegó casi como un soplo fresco que nada
exigía. Mi entorno no parecía basarse en él. Sólo puedo dar testimonio de que
alguien me protegió en los múltiples senderos que caminé. No fueron caminos
largos, pero como todos aquellos desconocidos encerraban peligros que siempre
pude sortear
Mi niñez fue esa. Poco religiosa, con pequeños caprichos y
soplos de desobediencia.
. No es cierto que la niñez sea toda inocencia, hasta allí
puede incluso llegar algún ángel maligno, disfrazado de picardía.
La poca fe, me hizo temerosa de cualquier tormenta. Sufrí de
miedos y no fui la mejor compañera de juegos.
La adolescencia no fue mejor. Se incentivaron mis estudios
incluyendo otras ramas, Pero Dios apenas
estaba incluido en frases hechas que casi habían perdido su significado por lo
reiterativas. Dios quiera, Si Dios quiere, Dios te va a castigar. Ruégale a
Dios ¡Por Dios!...
Mi mamá empezó a darse cuenta que Él debía ocupar un lugar
en mi vida y me indujo a visitar la iglesia, la única conocida en mi pequeña
ciudad.
Y comencé a asistir algún domingo. Luego una seguidilla de tardes; debía conocer más para incorporarme a
la feligresía
Al finalizar el año, mi madre quedó sorprendida ante mi
negativa de participar de la ceremonia.
Sin embargo, no tuvo fuerzas para aconsejarme, o impulsarme, Carecía de
credenciales para ello.
Ella no navegaba tampoco por esos ríos, solamente comprendía
que solamente en Dios encontraría la espiritualidad que hace felices a los
seres, pero no había sido llamada todavía.
Así comencé el Liceo, aprendí de Creacionismo y de Evolución.
Los profesores eran personas capacitadas. Nunca mostraron si eran creyentes o
ateos, pero debían enseñar todo lo que decían los libros. Y la enseñanza era
laica y secular.
Así que yo debía elegir los caminos. No era fácil. Desde Cromagnon
y Neardenthal me miraban restos de seres desesperanzados o irracionales.
Pero Dios no me había olvidado y una tarde por mi calle algún ángel distribuyó aquellos libros de
tapas verdes o negras con cantos rojos. Fui una de las primeras que
corrí para alcanzar uno.
Mientras, en las clases de Historia aparecieron guerras
religiosas, Cruzadas, Reforma y Contra-reforma. Supe de Lutero y de Calvino. Entonces algo
tuvo sentido para mí. Una voz radial suave y afectuosa completó esta nueva
instrucción y encontramos con mi madre un sendero que parecía verdadero.
Ella lo emprendió pocos años después y llevó a mi padre de
la mano hacia la luz que llamaba.
Pero yo era demasiado joven, y me movía en un medio
indiferente, así que guardando esa especie de tesoro en mi corazón, seguí por el
mundo, Sufrí con mil poetas, cristianos
o rebeldes y les presté mi voz para que revivieran. Por ellos supe de amor y
tuve esperanzas de un hogar cálido y
compartido, de niños y de almuerzos alegres.
Un día llegó alguien que me atrajo. Él sí creía en
Dios, pero lo reverenciaba de tanto en
tanto en aquella iglesia que yo había rechazado.
Una ligera pena opacó
mi entusiasmo, pero con mi formación, ¿qué reparos podía poner entonces?
Y nos entendimos así, sin hablar de ese tema.
Unos años después nos unimos en matrimonio. Jesús estaba en
mi corazón. Quien nos casó lo sabía. Yo había sido muy sincera. Por ello
encomendó nuestro matrimonio al Hijo de Dios. Fue muy comprensivo, pero no nos
advirtió que a veces son difíciles los matrimonios entre personas de credos
diferentes.
Y tuve sí infinitas frustraciones a ese respecto, pero Dios
compadecido, permitió una unión buena, y
nos regaló dos hijos que colmaron nuestros sueños.
Hoy yo estoy sola, intentando restablecer una unión profunda con aquel Dios paciente que me ha
esperado.
Mientras, oro con esperanza para
que se apiade de mi simiente.
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