jueves, 18 de octubre de 2012

tardanza


Nací en un hogar, sencillo. La organización, el trabajo y el aplomo los  ponía mi padre
Mi madre aportaba su juventud, su prolijidad, su inexperiencia, algún canto y alguna innata rebeldía.
Dios estaba presente en la oración nocturna enlazada con aquel ángel de la guarda, que yo imaginaba como las imágenes de los cuentos, tan niño como yo.
Dios estaba en la naturaleza, en el calor del hogar, estuvo en mis caídas primeras y en la prisa con que me levantaba. Siempre estuvo pero poco fue nombrado.
La tradición religiosa era débil en el medio y la única iglesia que conocí, no ejerció la atracción que imaginaba.
La escuela me instruyó en muchas disciplinas. Las acogí a mi manera. Despierta ante los desafíos, con ansias de no quedar nunca postergada. Así razoné en las matemáticas, me introduje en la Historia con placer, porque antes había tenido la fortuna de amar la lectura y transmitir las lecciones al viento así como los poemas.
Carecí desde el comienzo de prolijidad, mis trazos eran desparejos, tal vez claros, pero jamás hermosos. El motivo fue la prisa que me empujaba, una prisa que ignoraba adonde me conduciría, pero a la que no era fácil dominar.
Así que Dios me llegó casi como un soplo fresco que nada exigía. Mi entorno no parecía basarse en él. Sólo puedo dar testimonio de que alguien me protegió en los múltiples senderos que caminé. No fueron caminos largos, pero como todos aquellos desconocidos encerraban peligros que siempre pude sortear
Mi niñez fue esa. Poco religiosa, con pequeños caprichos y soplos de desobediencia.
. No es cierto que la niñez sea toda inocencia, hasta allí puede incluso llegar algún ángel maligno, disfrazado de picardía.
La poca fe, me hizo temerosa de cualquier tormenta. Sufrí de miedos y no fui la mejor compañera de juegos.
La adolescencia no fue mejor. Se incentivaron mis estudios incluyendo otras ramas, Pero Dios  apenas estaba incluido en frases hechas que casi habían perdido su significado por lo reiterativas. Dios quiera, Si Dios quiere, Dios te va a castigar. Ruégale a Dios ¡Por Dios!...
Mi mamá empezó a darse cuenta que Él debía ocupar un lugar en mi vida y me indujo a visitar la iglesia, la única conocida en mi pequeña ciudad.
Y comencé a asistir algún domingo. Luego  una seguidilla de  tardes; debía conocer más para incorporarme a la feligresía
Al finalizar el año, mi madre quedó sorprendida ante mi negativa  de participar de la ceremonia. Sin embargo, no tuvo fuerzas para aconsejarme, o impulsarme, Carecía de credenciales para ello.
Ella no navegaba tampoco por esos ríos, solamente comprendía que solamente en Dios encontraría la espiritualidad que hace felices a los seres, pero no había sido llamada todavía.
Así comencé el Liceo, aprendí de Creacionismo y de Evolución. Los profesores eran personas capacitadas. Nunca mostraron si eran creyentes o ateos, pero debían enseñar todo lo que decían los libros. Y la enseñanza era laica y secular.
Así que yo debía elegir los caminos. No era fácil. Desde Cromagnon y Neardenthal me miraban restos de seres  desesperanzados o irracionales.
Pero Dios no me había olvidado y una tarde por mi calle  algún ángel distribuyó aquellos libros de tapas  verdes o negras  con  cantos rojos. Fui una de las primeras que corrí para alcanzar uno.
Mientras, en las clases de Historia aparecieron guerras religiosas, Cruzadas, Reforma y Contra-reforma.  Supe de Lutero y de Calvino. Entonces algo tuvo sentido para mí. Una voz radial  suave y afectuosa completó esta nueva instrucción y encontramos con mi madre un sendero que parecía verdadero.
Ella lo emprendió pocos años después y llevó a mi padre de la mano hacia la luz que llamaba.
Pero yo era demasiado joven, y me movía en un medio indiferente, así que guardando esa especie de tesoro en mi corazón, seguí por el mundo,  Sufrí con mil poetas, cristianos o rebeldes y les presté mi voz para que revivieran. Por ellos supe de amor y tuve esperanzas de un  hogar cálido y compartido, de niños y de almuerzos alegres.                Un día  llegó alguien que me atrajo. Él sí creía en Dios, pero lo reverenciaba  de tanto en tanto en aquella iglesia que yo había rechazado.
 Una ligera pena opacó mi entusiasmo, pero con mi formación, ¿qué reparos podía poner entonces?
Y nos entendimos así, sin hablar de ese tema.
Unos años después nos unimos en matrimonio. Jesús estaba en mi corazón. Quien nos casó lo sabía. Yo había sido muy sincera. Por ello encomendó nuestro matrimonio al Hijo de Dios. Fue muy comprensivo, pero no nos advirtió que a veces son difíciles los matrimonios entre personas de credos diferentes.
Y tuve sí infinitas frustraciones a ese respecto, pero Dios compadecido, permitió una unión buena,  y nos regaló dos hijos que colmaron nuestros sueños.
Hoy yo estoy sola, intentando restablecer una unión  profunda con aquel Dios paciente que me ha esperado.
Mientras, oro con esperanza para que  se apiade de mi simiente.
    

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