Y la niña está allí, inamovible, ingenua, permanente. Las severas garras del tiempo han dejado sus huellas y ella está allí. No intenta desprenderse, no detiene los años que resbalan apenas, arrugando sólo la corteza.
¡Cuántas cosas lejanas! Temores, amaneceres muertos, ocasos sin auroras. Y la infanta no vive. Observa apática sucesos y distancias y queda. No sabe separarse. No se atreve a morir. No tiene tiempo. El ayer es el suyo y tal vez el mañana.No hubo flor muy abierta y no habrá anciana. No importa qué fracasos, no se sabe qué triunfos. Todos duran un átimo.No es capaz de dolores largos o permanentes. Los sufrimientos más profundos, los golpes más duros son olvidados prontamente en el inconciente optimismo de la infancia. Todo le parece ajeno, penas y realidades.
Y la Muerte, a esa la ve pasar de prisa, viento que arrastra hojas que no son de su árbol. Y no quiere pensar, y no puede pensar que un día regresará a llevar las suyas. Entonces no habrá más mundo. El Universo se detendrá porque canas y arrugas no pueden vencer el egoísmo de la niña que está allí, inmóvil, observando...
No hay comentarios:
Publicar un comentario