martes, 18 de enero de 2011

Sin equipaje

 Todos  sabemos que es cierta la partida. En mi caso no sé si traspondré  andando la frontera o seré pasajera en una nave indiferente
Solamente sé que deberé irme un día,y estoy fortificando la esperanza   
Mis raíces se aferran desesperadamente a este suelo  como el ceibo de mi casa. Cuando de un tirón brusco deba desprenderme, no será como las otras veces. Entonces mi boleto era de ida y vuelta, sellado antes de la partida. Una pausa apenas en  el  estar permanente.Pero la última será un exilio definitivo de mi tierra de origen.  Por eso no anhelaré  ver el airoso flamear de la bandera en tierras extrañas.
Tampoco añoraré oir las notas de nuestro himno ante un evento o una competición cualquiera.
Ya no esperaré  ansiosa la cercanía de mis hijos, ni las preguntas o enseñanzas de mis nietos
He de olvidarme de los mil sabores que son propios de aquí. Los aromas de las frondas,así como
el canto del jilguero, el nido del hornero tantas veces vacío, el plumaje colorido  del colibrí en su incesante aletear y el ganado que pace en nuestros campos.
Olvidaré el mate como individualidad regional, aunque yo no lo haya gustado. Se habrá perdido para mí el perfume de los jazmines  del país u otros igualmente familiares.
No recordaré los rostros amables de mis amigos y los indiferentes de otros que me conocen. Atrás quedarán las desparejas veredas de mis  pueblos, el ombú y las praderas. La constante brisa  a veces  algo impetuosa no rozará mi rostro ni despeinará  mis cabellos. Por experiencia sé que en otros países los vientos tienen otra importancia o no están. No notaré la ausencia del cerro que me acompaña en mis días y es el adivinado guardián de mis noches solitarias.
No buscaré la Cruz del Sur ni mi Norte  ni  mi Oriente.
No deberá preocuparme el equipaje.
Dejaré mi casa como me gusta tenerla, desordenada para los extraños pero con el estilo   de mis ideas y mis costumbres.
Quedará el diccionario abierto sobre la mesa, la Biblia en mi mesa de luz.   Los demás libros dormirán en los estantes. Los cajones de los muebles quedarán abiertos o sin cerrojos develando secretos sin importancia. El mar me dirá adiós  como a una vieja amiga.
No añoraré las sierras ni las dulces pendientes de estos pagos.
Conmigo se irán mi infancia, mis amores y mis duelos.
Todo quedará como siempre, pero sin mí.
Uruguay será un nombre que no importe, acaso el suelo donde estuve hasta hoy, la cuna de mis abuelos y posiblemente futuro de algún nieto.
Antes de partir derramaré mis últimas lágrimas  y mis postreras sonrisas
Me iré sin añoranzas del ayer ni del presente porque sé que voy hacia el   futuro de las promesas , con hermosos reencuentros y mucha luz.
El tren que he de tomar lleva a un solo destino y no hay retorno, no al punto de partida.
La  fe es el único boleto que me exigen y debo ahorrar amor y confianza para adquirirlo. De no hacerlo quiedaré a mitad de la vía, perdida para siempre

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