viernes, 18 de julio de 2014

      RETAZOS DE UNA DÉCADA DE HISTORIA. 

   Papá llegó a casa con una heladera pequeña y blanca. El mueble en su exterior era de madera laqueada. Cuando abría la inmensa boca que era la tapa,  solía tragar vorazmente gruesas y prismáticas barras de duro y traslúcido hielo. Tal vez corría 1947 entonces. En nuestra  calle, algo más al Oeste, el señor  Razquín   tenía una fábrica de hielo que abastecía a la Villa y zonas adyacentes.
Nosotras, mamá y yo, miramos complacidas y algo orgullosas la nueva adquisición. En el otro extremo otra boca se abría con más frecuencia para engullir astillas de leña que prontamente se volvían ascuas encendidas. Era la cocina económica  que lograba guisados exquisitos y ofrecía plancha y horno para cocer churrascos, pan y asados. Ésta era casi un lazo  que nos unía a tiempos pasados. Hacía mucho que se utilizaban cocinas eléctricas.  También conservábamos en un lugar  privilegiado al reluciente calentador a queroseno, legítimo Primus sueco, de hermoso bronce. Mi papá  lo había aportado al casarse, luego de haberlo usado  en años de soltería.     
   En cambio habíamos desterrado definitivamente a los antiguos braseros.
   Por aquel tiempo llegó  una tarde a nuestra esquina  un camión cisterna. Un hombre con un megáfono invitaba a que  nos acercáramos con un recipiente adecuado, para volcar allí  aquel líquido  perfumado, burbujeante y oscuro.
¡La Coca Cola había llegado a nuestro barrio!  Todos corríamos presurosos  para aprovechar aquella dádiva promocional. Hoy no recuerdo si antes la había saboreado, pero en cambio reveo nítidamente las fotografías publicitarias que aparecían en múltiples      revistas. La Selecciones del Reader,s Digest  que  yo leía a menudo mostraba reuniones con niños, jóvenes y ancianos gustando la refrescante bebida. Yo había nacido en la época de las pequeñas gaseosas con el atrayente cierre de bolita, antecesora de la Limol.
En el mismo período ya habían entrado al país  y por supuesto también a nuestra comunidad  las legítimas Frigidaire, de origen USA. que como por arte de magia sabían crear en pocas horas, cubitos de hielo. Los primeros afortunados propietarios de los refrigeradores,  solían usarlos en su máxima potencia. Los alimentos quedaban fríos en exceso. Las frutas  servidas en la mesa aparecían opacas  y llenas de minúsculas gotitas ante el cambio de temperatura. Pero lo que era peor a veces  las sentíamos agresivas.
  Recuerdo la sorpresiva y desacostumbrada invitación  que me hiciera la madre de una compañera para pasar a su casa a  paladear un helado casero, “hielito coloreado”igual al que hoy llamamos despectivamente helado de palito, porque incluyen uno para ser asidos. Agua y azúcar en demasía, que más que quitar la sed parecen provocarla.     
Nuestra familia no poseía  automóvil,  seguramente escapaba a nuestras posibilidades. No muchos amigos los poseían. Los que circulaban eran casi todos de fabricación  norteamericana. Las marcas más frecuentes eran Ford y Chevrolet.  Pero también aparecían con cierta timidez modelos europeos.
Nosotros acostumbrábamos desplazarnos en bicicleta en los escasos paseos familiares. Papá poseía una  clásica bicicleta inglesa, mamá una Bianchi, reconocidísima marca italiana y yo la anteriormente mencionada  Mi padre cuando iba solo solía montar algún airoso caballo. Desde el Defensor, colorado fiel y bueno que monté muchas veces cuando pequeña hasta el Comadreja, su última adquisición, airoso tordillo que se había lucido corriendo en Las Piedras antes de ser suyo.
 La radio había ocupado durante toda mi corta existencia un lugar de privilegio en nuestro hogar. Aún recuerdo los informativos que papá escuchaba cuando yo tenía cuatro años, o sea más de diez años atrás,  en la sintonía que según mi entendimiento infantil se llamaba “El Despertador”. Tampoco se me ha olvidado aquella propaganda de los mismos años, de la que recuerdo fielmente incluso la música y que decía más o menos así:

                        Si su radio no funciona
                       vaya enseguida Penini ¿Cinti?
                        Está en la calle Agraciada
                        frente al Palacio Legislativo.
                        Técnicos son,  no improvisados
                        pues tienen conocimientos, 
                        y hace ya tiempo, son consagrados.

Cuando vivimos algunos meses en el campo nos acompañó una radio que funcionaba  con energía  eólica, pues lo primero que se hizo fue colocar un molino de viento. De ese breve tiempo recuerdo las dos planchitas gemelas que mamá colocaba alternadamente sobre la cocina para ir planchando nuestra ropa. Eso porque la energía  no era suficiente más que para la luz y la radio.
Volviendo a la década del relato, teníamos ahora una  radio grande, marca Philips, con amplio parlante, onda corta y larga y una tapa superior que escondía un pequeño y frágil tocadiscos.
La victrola figuraba ya en museos o en casas nostálgicas como recuerdo. Había marcado una época y cansado muchos brazos con la imprescindible manivela. Billones de cajitas de púas habían sido el implemento necesario. En cambio los discos continuaban siendo de pasta quebradiza, de 46 o 78 revoluciones por minuto.
Los tocadiscos eléctricos e independientes habían surgido tiempo atrás, incluso los automáticos que cargaban muchos discos a la vez,  que iban bajando a medida que finalizaba el anterior. Pero fue por los años cincuenta cuando aquel sencillo tocadiscos estuvo a nuestro alcance.
He olvidado mencionar que la casa en que vivíamos, (en Piedras) hoy  Wáshington Quintela) y Lizarza  me había proporcionado desde el principio a fines del cuarenta y tres,  la grata diversión  de los baños en una profunda bañera con calefón. Yo había usado aquellos tanques regadera  que debían cargarse con agua caliente o tibia y que luego de ser colgados, dejaban caer agua por una roseta, merced a un tirón de la cadenita.
Existían también calentadores a alcohol, muy prácticos y que duraron mucho tiempo, quizás se encuentren todavía. Eran   realmente sencillos y eficientes. A las viviendas las  calefaccionaban con estufas a leña o eléctricas. Por lo menos ese era nuestro caso. Recuerdo que me regalaron una eléctrica con un brillante reflector cuya forma me recuerda
a una minúscula antena parabólica.
¿Cuáles eran por entonces las principales  atracciones en nuestro medio?          
Sin dudas los circos, que eran primero muy completos y luego fueron decayendo hasta su desaparición  casi total.  Creo que algún grupo  finalizó su vida artística en Pan de Azúcar.    Conocí   a algún   integrante que se radicó en la Villa: Incluso  su sombra puede notarse aún en las calles de la ciudad. Los parques de diversiones,  y hasta un clan de gitanos con bailarinas con mucho garbo y bellísimos vestidos, solían    ocupar diversos baldíos que hacían esquina en cualquiera de las calles.
Pero había otro pasatiempo más continuo y permanente, me refiero al cine. El mismo funcionaba por esos tiempos en la planta baja del Centro Progreso. Todavía veo a la entrada los afiches  de   las películas y el montón  de latas circulares apiladas que las contenían, y que indefectiblemente llegaban en ferrocarril.
Prácticamente creo que casi todas las noches había función. Mi mamá y yo éramos asiduas concurrentes. Además los niños podíamos ir con absoluta tranquilidad  y solos,  a las largas sesiones de matinés domingueras. Allí veíamos muchísimos filmes argentinos, románticos  y refinados que mucho difieren de los actuales de esa procedencia. Destacaban unas jovencísimas mellizas Legrand, Mirta y Silvia, a las que no era muy fácil distinguir. Recuerdo  a una sensible Delia Garcés, a Amelia Bence, Zully Moreno, Pedro López Lagar, Hugo Del Carril, Osvaldo Miranda, Pepe Arias, Luis Sandrini, Tita Merello, Niní Marsall y una larguísima nómina que por supuesto es imposible recordar totalmente, si realmente interesase.

 El lunfardo solamente era la lengua de los arrabales y todavía no existía esa jerga rioplatense que se arraiga cada vez más. Eran frecuentes los filmes del Neorrealismo Italiano, muchos franceses y hermosos filmes rusos, que hoy serían  inimaginables. En cuanto a la filmografía Hollywoodense, estaba presente como hoy.  Muchas  películas  dramáticas  espléndidas pero abundando siempre las del Lejano Oeste, en las que no faltaban las diligencias, carretas de colonos, indios y soldados.  Sería imposible olvidar las  de Chaplín, de Stan Laurel y Oliver Hardy  menos todavía las de Tarzán, muy de moda y la serie “ La Sombra.”
   Un  muy joven Pedro Castellanos, linterna en mano, se ocupaba de situar a cada espectador en el lugar deseado .Algunas veces trabajaba junto a él su primo Martín Hernández. 
Uno de los propietarios del “Doré”, nombre que tenía por esos años nuestro cine, era el Señor Serra, Después fue de Serra –Spinelli. El funcionamiento del cine no fue muy continuo por diversos factores, cambios de firma, refacción del Centro Progreso. En este último caso  debo decir que el cine renació muy mejorado. En el mismo local se realizaban                     espectáculos culturales, venían importantes artistas como Atahualpa Yupanqui, Juan Carlos Mareco,( Pinocho.),  también pianistas y guitarristas  muy bien conceptuados. Sin embargo no tenían el mismo  éxito que el cine, pudiéndose advertir una platea casi desocupada.  
En el piso superior o principal del Centro Progreso  se realizaban frecuentes bailes. Eran oficiales y de gala los del 24 de agosto y 31 de diciembre. En  otras fechas había bailes  de menos etiqueta, y recibos bailables los sábados de noche a horas muy tempranas, para los jovencitos. En carnaval se efectuaban frecuentes bailes, incluyendo uno de disfraz para adultos y otro para niños.
Los bailes eran amenizados frecuentemente por tres orquestas, una Típica  que ejecutaba tangos, valses y pasodobles, que además traía cantor, una de Jazz   y otra  Característica que ejecutaba temas diversos.    
Había ya citado que el cine había tenido muchas pausas en su funcionamiento. En uno de esos períodos  de receso,  diríamos, funcionó otro en el Salón Parroquial. El encargado del mismo era un señor Etcheverry  que vivía en el Km. 110, y  que además tenía una camioneta con parlantes con la  que hacía publicidad,   
El local largo y angosto, no era muy adecuado. Tampoco era cómodo;  y el equipo tenía algunos defectos, con todo marcó un período que es del caso destacar. Más todavía cuando sirvió de centro de espectáculos con la actuación de magos, y de algún artista como aquel excéntrico personaje que apareció con un xilofón y varios instrumentos de cuerda de diferentes tamaños, mezcla de violín, laúd o guitarra.
En otra pausa y antes de desaparecer el cine definitivamente de la villa, los cinófilos, debíamos viajar a Pirlápolis donde funcionaban dos, El Argentino en un primer piso, donde hoy está La Pasiva con sus arcos, que entonces era llamada Galería de Demetrio, y El Miramar en su lugar habitual.
En los inviernos solía con frecuencia ir a pasar la tarde en las Matinés, con unas amigas y la mamá de ellas al  Miramar  El viaje hacia el balneario, lo hacíamos  en los ómnibus de la Empresa Fontes, como en verano lo hacían los que deseaban disfrutar de mar y playa, o los obreros que trabajaban en Pirlápolis.
Los mismos autobuses también sirvieron para traer desde allá a nuestro liceo a varias generaciones de estudiantes. El Liceo de Pan de Azúcar fue el único por varios años en toda  la zona. La Enseñanza estaba bastante centralizada, ya que para el segundo ciclo, al que llamábamos Preparatorios, todos los alumnos del Departamento debían viajar a  la Ciudad de San Carlos, inclusive los fernandinos. Luego de esas largas pausas, tal vez por  1953  nuestro cinematógrafo renació.  El postrer resurgimiento tuvo posiblemente una década de duración. Con el arribo de la televisión a fines del 58, (en la década del 60 hasta en viviendas humildísimas se veía destacar una antena),  se produjo la declinación definitiva de la gran pantalla.  En Piriápolis todavía funcionaban los cines, con la incorporación incluso de uno amplísimo,  que había surgido varios años  atrás y que se Llamaba Festival  Hall.
Tocando otras actividades de aquella década, debo también contar que fue un período de gran efervescencia cultural en lo que respecta al teatro. Un núcleo de jóvenes de la sociedad de entonces, varios hoy lamentablemente desaparecidos, formaban el elenco. Recuerdo entre ellos a Elbia Cuadrado (Chicha) Melchor Cuadrado h. Edgar Bonilla, Mary Goicoechea García, Elsa Funes, Walter Razquín. La obra más exitosa y con la que recorrieron el Departamento con singular éxito fue: ”Los árboles mueren de pie”. Como esa actividad duró cierto tiempo no recuerdo si  los actores que menciono trabajaron  juntos o en momentos y obras diferentes.
 Unos años después hubo otras iniciativas teatrales  que duraron cierto tiempo en las que actuaba Marza  Rodríguez Zanoni, Yamandú Beovidez,  Alfredo Acosta entre otros.

  ¡Cuántos lectores habrán vivido estos años y compartido estas vivencias! Seguramente  otras personas tendrán recuerdos más fieles que yo. Pero yo los recojo así, salpicados, por aquí, por allá, como postales salvadas de un olvido definitivo.   

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