RETAZOS
DE UNA DÉCADA DE HISTORIA.
Papá llegó a casa con una heladera pequeña y
blanca. El mueble en su exterior era de madera laqueada. Cuando abría la
inmensa boca que era la tapa, solía
tragar vorazmente gruesas y prismáticas barras de duro y traslúcido hielo. Tal
vez corría 1947 entonces. En nuestra calle, algo más al Oeste, el señor Razquín tenía
una fábrica de hielo que abastecía a la Villa y zonas adyacentes.
Nosotras, mamá y
yo, miramos complacidas y algo orgullosas la nueva adquisición. En el otro
extremo otra boca se abría con más frecuencia para engullir astillas de leña
que prontamente se volvían ascuas encendidas. Era la cocina económica que lograba guisados exquisitos y ofrecía
plancha y horno para cocer churrascos, pan y asados. Ésta era casi un lazo que nos unía a tiempos pasados. Hacía mucho
que se utilizaban cocinas eléctricas. También conservábamos en un lugar privilegiado al reluciente calentador a
queroseno, legítimo Primus sueco, de hermoso bronce. Mi papá lo había aportado al casarse, luego de haberlo
usado en años de soltería.
En cambio habíamos desterrado
definitivamente a los antiguos braseros.
Por aquel tiempo llegó una tarde a nuestra esquina un camión cisterna. Un hombre con un megáfono
invitaba a que nos acercáramos con un
recipiente adecuado, para volcar allí
aquel líquido perfumado,
burbujeante y oscuro.
¡La Coca Cola había llegado
a nuestro barrio! Todos corríamos
presurosos para aprovechar aquella
dádiva promocional. Hoy no recuerdo si antes la había saboreado, pero en cambio
reveo nítidamente las fotografías publicitarias que aparecían en múltiples revistas. La Selecciones del
Reader,s Digest que yo leía a menudo mostraba reuniones con
niños, jóvenes y ancianos gustando la refrescante bebida. Yo había nacido en la
época de las pequeñas gaseosas con el atrayente cierre de bolita, antecesora de
la Limol.
En el mismo
período ya habían entrado al país y por
supuesto también a nuestra comunidad las
legítimas Frigidaire, de origen USA. que como por arte de magia sabían crear en
pocas horas, cubitos de hielo. Los primeros afortunados propietarios de los
refrigeradores, solían usarlos en su
máxima potencia. Los alimentos quedaban fríos en exceso. Las frutas servidas en la mesa aparecían opacas y llenas de minúsculas gotitas ante el cambio
de temperatura. Pero lo que era peor a veces
las sentíamos agresivas.
Recuerdo la sorpresiva y desacostumbrada
invitación que me hiciera la madre de
una compañera para pasar a su casa a
paladear un helado casero, “hielito coloreado”igual al que hoy llamamos
despectivamente helado de palito, porque incluyen uno para ser asidos. Agua y
azúcar en demasía, que más que quitar la sed parecen provocarla.
Nuestra familia no poseía
automóvil, seguramente escapaba a
nuestras posibilidades. No muchos amigos los poseían. Los que circulaban eran
casi todos de fabricación norteamericana.
Las marcas más frecuentes eran Ford y Chevrolet. Pero también aparecían con cierta timidez
modelos europeos.
Nosotros
acostumbrábamos desplazarnos en bicicleta en los escasos paseos familiares.
Papá poseía una clásica bicicleta
inglesa, mamá una Bianchi, reconocidísima marca italiana y yo la anteriormente
mencionada Mi padre cuando iba solo
solía montar algún airoso caballo. Desde el Defensor, colorado fiel y bueno que
monté muchas veces cuando pequeña hasta el Comadreja, su última adquisición,
airoso tordillo que se había lucido corriendo en Las Piedras antes de ser suyo.
La radio había ocupado durante toda mi corta
existencia un lugar de privilegio en nuestro hogar. Aún recuerdo los
informativos que papá escuchaba cuando yo tenía cuatro años, o sea más de diez
años atrás, en la sintonía que según mi
entendimiento infantil se llamaba “El Despertador”. Tampoco se me ha olvidado
aquella propaganda de los mismos años, de la que recuerdo fielmente incluso la
música y que decía más o menos así:
Si su radio no funciona
vaya enseguida Penini ¿Cinti?
Está en la calle
Agraciada
frente al Palacio
Legislativo.
Técnicos son, no improvisados
pues tienen
conocimientos,
y hace ya tiempo, son consagrados.
Cuando vivimos
algunos meses en el campo nos acompañó una radio que funcionaba con energía
eólica, pues lo primero que se hizo fue colocar un molino de viento. De
ese breve tiempo recuerdo las dos planchitas gemelas que mamá colocaba
alternadamente sobre la cocina para ir planchando nuestra ropa. Eso porque la
energía no era suficiente más que para
la luz y la radio.
Volviendo a la
década del relato, teníamos ahora una radio
grande, marca Philips, con amplio parlante, onda corta y larga y una tapa
superior que escondía un pequeño y frágil tocadiscos.
La victrola
figuraba ya en museos o en casas nostálgicas como recuerdo. Había marcado una
época y cansado muchos brazos con la imprescindible manivela. Billones de cajitas
de púas habían sido el implemento necesario. En cambio los discos continuaban
siendo de pasta quebradiza, de 46 o 78 revoluciones por minuto.
Los tocadiscos
eléctricos e independientes habían surgido tiempo atrás, incluso los
automáticos que cargaban muchos discos a la vez, que iban bajando a medida que finalizaba el
anterior. Pero fue por los años cincuenta cuando aquel sencillo tocadiscos estuvo
a nuestro alcance.
He olvidado
mencionar que la casa en que vivíamos, (en Piedras) hoy Wáshington Quintela) y Lizarza me había proporcionado desde el principio a
fines del cuarenta y tres, la grata
diversión de los baños en una profunda
bañera con calefón. Yo había usado aquellos tanques regadera que debían cargarse con agua caliente o tibia
y que luego de ser colgados, dejaban caer agua por una roseta, merced a un
tirón de la cadenita.
Existían también
calentadores a alcohol, muy prácticos y que duraron mucho tiempo, quizás se
encuentren todavía. Eran realmente
sencillos y eficientes. A las viviendas las calefaccionaban con estufas a leña o
eléctricas. Por lo menos ese era nuestro caso. Recuerdo que me regalaron una
eléctrica con un brillante reflector cuya forma me recuerda
a una minúscula
antena parabólica.
¿Cuáles eran por
entonces las principales atracciones en
nuestro medio?
Sin dudas los
circos, que eran primero muy completos y luego fueron decayendo hasta su
desaparición casi total. Creo que algún grupo finalizó su vida artística en Pan de Azúcar. Conocí
a algún integrante que se radicó
en la Villa :
Incluso su sombra puede notarse aún en las
calles de la ciudad. Los parques de diversiones, y hasta un clan de gitanos con bailarinas con
mucho garbo y bellísimos vestidos, solían
ocupar diversos baldíos que hacían esquina en cualquiera de las calles.
Pero había otro
pasatiempo más continuo y permanente, me refiero al cine. El mismo funcionaba
por esos tiempos en la planta baja del Centro Progreso. Todavía veo a la
entrada los afiches de las películas y el montón de latas circulares apiladas que las
contenían, y que indefectiblemente llegaban en ferrocarril.
Prácticamente
creo que casi todas las noches había función. Mi mamá y yo éramos asiduas
concurrentes. Además los niños podíamos ir con absoluta tranquilidad y solos, a las largas sesiones de matinés domingueras.
Allí veíamos muchísimos filmes argentinos, románticos y refinados que mucho difieren de los
actuales de esa procedencia. Destacaban unas jovencísimas mellizas Legrand,
Mirta y Silvia, a las que no era muy fácil distinguir. Recuerdo a una sensible Delia Garcés, a Amelia Bence,
Zully Moreno, Pedro López Lagar, Hugo Del Carril, Osvaldo Miranda, Pepe Arias,
Luis Sandrini, Tita Merello, Niní Marsall y una larguísima nómina que por
supuesto es imposible recordar totalmente, si realmente interesase.
El lunfardo solamente era la lengua de los
arrabales y todavía no existía esa jerga rioplatense que se arraiga cada vez
más. Eran frecuentes los filmes del Neorrealismo Italiano, muchos franceses y
hermosos filmes rusos, que hoy serían
inimaginables. En cuanto a la filmografía Hollywoodense, estaba presente
como hoy. Muchas películas dramáticas
espléndidas pero abundando siempre las del Lejano Oeste, en las que no
faltaban las diligencias, carretas de colonos, indios y soldados. Sería imposible olvidar las de Chaplín, de Stan Laurel y Oliver Hardy menos todavía las de Tarzán, muy de moda y la
serie “ La Sombra.”
Un
muy joven Pedro Castellanos, linterna en mano, se ocupaba de situar a
cada espectador en el lugar deseado .Algunas veces trabajaba junto a él su
primo Martín Hernández.
Uno de los
propietarios del “Doré”, nombre que tenía por esos años nuestro cine, era el
Señor Serra, Después fue de Serra –Spinelli. El funcionamiento del cine no fue
muy continuo por diversos factores, cambios de firma, refacción del Centro
Progreso. En este último caso debo decir
que el cine renació muy mejorado. En el mismo local se realizaban espectáculos culturales,
venían importantes artistas como Atahualpa Yupanqui, Juan Carlos Mareco,( Pinocho.), también pianistas y guitarristas muy bien conceptuados. Sin embargo no tenían
el mismo éxito que el cine, pudiéndose
advertir una platea casi desocupada.
En el piso
superior o principal del Centro Progreso
se realizaban frecuentes bailes. Eran oficiales y de gala los del 24 de
agosto y 31 de diciembre. En otras
fechas había bailes de menos etiqueta, y
recibos bailables los sábados de noche a horas muy tempranas, para los
jovencitos. En carnaval se efectuaban frecuentes bailes, incluyendo uno de
disfraz para adultos y otro para niños.
Los bailes eran
amenizados frecuentemente por tres orquestas, una Típica que ejecutaba tangos, valses y pasodobles,
que además traía cantor, una de Jazz y otra Característica que ejecutaba temas diversos.
Había ya citado
que el cine había tenido muchas pausas en su funcionamiento. En uno de esos
períodos de receso, diríamos, funcionó otro en el Salón
Parroquial. El encargado del mismo era un señor Etcheverry que vivía en el Km. 110, y que además tenía una camioneta con parlantes
con la que hacía publicidad,
El local largo y
angosto, no era muy adecuado. Tampoco era cómodo; y el equipo tenía algunos defectos, con todo
marcó un período que es del caso destacar. Más todavía cuando sirvió de centro
de espectáculos con la actuación de magos, y de algún artista como aquel
excéntrico personaje que apareció con un xilofón y varios instrumentos de
cuerda de diferentes tamaños, mezcla de violín, laúd o guitarra.
En otra pausa y
antes de desaparecer el cine definitivamente de la villa, los cinófilos,
debíamos viajar a Pirlápolis donde funcionaban dos, El Argentino en un primer
piso, donde hoy está La Pasiva con sus arcos, que entonces era llamada Galería
de Demetrio, y El Miramar en su lugar habitual.
En los inviernos
solía con frecuencia ir a pasar la tarde en las Matinés, con unas amigas y la
mamá de ellas al Miramar El viaje hacia el balneario, lo hacíamos en los ómnibus de la Empresa Fontes, como en
verano lo hacían los que deseaban disfrutar de mar y playa, o los obreros que
trabajaban en Pirlápolis.
Los mismos
autobuses también sirvieron para traer desde allá a nuestro liceo a varias
generaciones de estudiantes. El Liceo de Pan de Azúcar fue el único por varios
años en toda la zona. La Enseñanza
estaba bastante centralizada, ya que para el segundo ciclo, al que llamábamos
Preparatorios, todos los alumnos del Departamento debían viajar a la Ciudad de San Carlos, inclusive los
fernandinos. Luego de esas largas pausas, tal vez por 1953
nuestro cinematógrafo renació. El
postrer resurgimiento tuvo posiblemente una década de duración. Con el arribo
de la televisión a fines del 58, (en la década del 60 hasta en viviendas
humildísimas se veía destacar una antena), se produjo la declinación definitiva de la
gran pantalla. En Piriápolis todavía
funcionaban los cines, con la incorporación incluso de uno amplísimo, que había surgido varios años atrás y que se Llamaba Festival Hall.
Tocando otras
actividades de aquella década, debo también contar que fue un período de gran
efervescencia cultural en lo que respecta al teatro. Un núcleo de jóvenes de la
sociedad de entonces, varios hoy lamentablemente desaparecidos, formaban el elenco.
Recuerdo entre ellos a Elbia Cuadrado (Chicha) Melchor Cuadrado h. Edgar
Bonilla, Mary Goicoechea García, Elsa Funes, Walter Razquín. La obra más
exitosa y con la que recorrieron el Departamento con singular éxito fue: ”Los
árboles mueren de pie”. Como esa actividad duró cierto tiempo no recuerdo
si los actores que menciono trabajaron juntos o en momentos y obras diferentes.
Unos años después hubo otras iniciativas
teatrales que duraron cierto tiempo en
las que actuaba Marza Rodríguez Zanoni,
Yamandú Beovidez, Alfredo Acosta entre
otros.
¡Cuántos lectores habrán vivido estos años y
compartido estas vivencias! Seguramente
otras personas tendrán recuerdos más fieles que yo. Pero yo los recojo
así, salpicados, por aquí, por allá, como postales salvadas de un olvido
definitivo.
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