He amado y amo siempre el suelo que me vio nacer. Lo he
admirado, orgullosa de que se empeñara de ser culto. Fue distinguido por eso en
un pasado. Alguien lo llamó una vez, pequeño trozo de Europa en suelo
americano. Quizás porque la etnia sobreviviente era más homogénea. No lo sé.
Algo distinto encontraba el viajero en nuestras gentes, fueran ellas humildes o
privilegiadas. Nuestro nacimiento como nación, tuvo principios republicanos,
heredados de países que sufrieron opresiones y diferencias. Y el colono que
llegó, a veces olvidó meter en sus maletas el amor a Dios, la reverencia, el
respeto. Sabían de Él, oraban por las noches por sus bendiciones. Llegaban a
las iglesias para contraer matrimonio después para el bautismo de los niños y
finalmente para una despedida final a aquel que se marchaba.
Fueron pocos los más fervientes, porque Iberia parecía
endurecida por no sé cuáles calamidades, quizás fatigados de la inquisición que
aún recordaban. Los italianos cansados de guerras u hasta de alianzas algo
vergonzosas que empequeñecían ante sus ojos a la Roma papal, traían algo de anárquico
en sus ideas Tal vez porque el trabajo
agobiante de los campos le habían hecho olvidar inclinarse ante el Señor.
Francia había
aportado su racionalismo feroz, sus múltiples escritores que junto a las
monarquías habían abolido a Dios, (una forma nueva de endiosarse a sí mismos).
La pequeña Suiza trajo un puñado de laboriosos cristianos que
encontraron un agraciado rincón donde preservar sus costumbres y sus
ideales.
Seguro que llegaron muchos otros perseguidos por su credo, a este país hospitalario y
España tuvo como Italia emigrantes que fueron pequeños focos luminosos.
Luego arribaron rusos, alemanes, con recuerdos de los
castigos a sus ancestros, pero nada fue suficiente.
Hubo una terrible confusión entre laicidad y ateísmo, y en
lugar de preservar a cada creyente de que el Estado lo privara de sus derechos,
el Estado pensó que era él quien debía cuidarse de las religiones y creó una
valla poderosa para protegerse. Entonces lo que primero fue una libertad de
cultos, que aún permanece afortunadamente, laicidad se convirtió, no en
permitir que cada quien creyera lo que deseaba o lo que la familia le había
transmitido, sin la interferencia de las leyes, para volverse un
descreimiento de las religiones.
Mientras el evolucionismo y el creacionismo corrían
paralelas como teorías optativas todo era aceptable, pero poco a poco el
evolucionismo fue considerado el criterio único y verdadero para una sociedad que
cuanto más estudiaba y más culta se volvía, más racionalista era.
Hoy nuestro pequeño país
encuentra conocimiento de Dios sólo en colegios privados, cualquiera sea
su credo, mientras un dios anónimo y poco conocido aletea entre una nómina de
dioses paganos que aparecen en la historia de las mitologías, en los cuentos, o
escritos de personas más letradas, en las instituciones públicas
Persiste ese criterio, aun cuando nuestro país se ha vuelto
menos educado, menos sabio, por no decir más ignorante, y por ello más
irrespetuoso.
Fomentamos una posición científica mientras cientos de
personas caen en vicios y situaciones abyectas, que por supuesto ocurren
también en otras partes del mundo. Los
habitantes se han vuelto menos trabajadores en espera de dádivas que se ofrecen
aún a aquellos que tienen hombros fuertes y habilidades especiales.
Leyes nuevas atentan contra la integridad de las familias,
el nacimiento de los niños, favorecen la legitimidad del uso de algunas drogas, y el
casamiento de personas del mismo sexo.
Una cruzada de avanzada ridícula en un medio donde las
hierbas verdes y prometedoras podrían evitar que los corderos fueran perseguidos
por lobos feroces. Retazo fértil con muchos frutos y con escasos recolectores.
Dones de Dios menospreciados en una apatía nacida no comprendo por qué, o mejor, no
quiero comprenderlo, porque no tengo armas para combatirla. Un día creí que
éramos ricos, tal vez tuvimos esa oportunidad, pero a medida que mi tiempo
pasa, como el de todos, comprendo que equivocamos nuestro camino, y nuestro
espíritu empobrecido, ha perdido la luz de la esperanza.
¡Pobre Uruguay atrapado entre ideas que no entiende,
comodidades que pretende, esfuerzos perdidos, y ambiciones constantes!
Conocemos toda la
tecnología, pero olvidamos nuestros principios, y cometemos yerro tras yerro.
De lejos sentimos voces que nos elogian, que alaban este deprimente presente. ¡Pobrecitos!
Cómo se engañan. Son inocentes o están más perdidos que nosotros. No escuchan
los lamentos que brotan desde las entrañas mismas del suelo
¡Que Dios ilumine nuestro sendero mientras haya tiempo, porque la vida es corta
y el fin está cerca!
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