lunes, 18 de noviembre de 2013

A una conocida

Para Ana:
Yo te conozco apenas. Me has atendido gentilmente muchas veces en tu negocio. Confieso que a veces me ha chocado tu tranquilidad, tu falta de apuro, contrastando con el mío. Nací así, apresurada, creyendo llegar muy lejos, pero no, no era la forma. En cambio tus manos han sido hábiles, prolijas, tu mirada cauta, tu hablar sereno. Lo mismo has armado los anteojos más complicados, arreglado una joya, cocinado una torta bellísima de cumpleaños. Alguien me lo contó algún día. Comprendo  que  Dios te dio muchos dones.  Te premió con una voz muy bonita, con un amor al arte que te confieso no sé en qué tiempo has podido desarrollar. Te ha regalado muchos hijos como a aquellas bienaventuradas que aparecen en la Biblia. No te envidio, porque yo cumplí como pude mi destino, amé, tuve hijos, por lo menos aquellos que mi pequeña falda podía guardar. Amé como tú a Dios, a la poesía, a la música, a los muchachos.
Pero quiero confesar que te admiro. Para mí eres una representación de paz,  una esposa con las cualidades que todas deberíamos tener. Seguramente eres feliz en tu plenitud, y con tu enfoque de la vida. Adivino en ti la fe que te asegurará también un camino más allá de éste que transitas.
Creerás que estoy loca porque te confieso todo esto, pero no es así. Es bueno decir lo que uno piensa de otros, si es para que mejore o si es para que continúe en su sendero. No creo que mis palabras te hagan orgullosa porque ambas sabemos que los dones los recibimos de Dios y también la gracia. Así que tómalo simplemente como las palabras de una amiga ocasional que sin embargo te ha valorado en todo lo que demuestras. Y no es nada poco,  ya que no me considero aduladora, quizás mis palabras sirvan apenas para aliviar algún cansancio  de esos que nos causan los empujones de la vida.

Wilma

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