lunes, 18 de noviembre de 2013

Irma Pereira


Brevísima y objetiva biografía de quien fuera mi mamá

Irma Pereira (7 de agosto/1916/20 de setiembre 2000
Nativa de la zona de Pan de Azúcar, conocida  como El Sauce, pertenecía a un hogar humilde y fue la mayor de seis hermanos, de los cuales solamente uno era varón.
 Desde los siete años quedó al cuidado de sus abuelos maternos, cuando su papá debió alejarse de la zona para ocupar diferentes trabajos en otras secciones del Departamento de Maldonado. La esposa y demás hijos lo acompañaban.
Su niñez y adolescencia fue bastante solitaria, junto a sus abuelos bastante mayores y un tío. La educación primera la recibió de una joven  familiar muy preparada que ofició de maestra durante varios años, porque  la escuela quedaba bastante alejada de su hogar. A pesar de esa soledad, su vida fue bastante confortable y aunque en un ambiente serio y austero, recibió un especial cuidado. Los viajes al pueblo no eran muy frecuentes, y se complacía cuando podía visitar a sus padres y hermanos donde lógicamente el ambiente era más alegre y bullicioso si bien menos cómodo. Era bastante bonita como para despertar el interés de muchos jóvenes que ocasionalmente se cruzaban en su vida.  Siendo muy jovencita se ennovió con un funcionario policial Juan Ángel Pereira, con quien tenía cierto parentesco, pero debido a su crianza apartada, junto a sus abuelos, casi no conocía. Cuando tenía diecisiete años  se realizó la boda y por primera vez pasó a vivir en la ciudad. Primeramente fue San Carlos donde nació su única hija, a quien llamaron Wilma. Los sucesivos ascensos del esposo los enfrentaban a traslados a veces frecuentes. Las permanencias más largas fueron  en Punta del Este  y en  Pan de Azúcar, donde el esposo sería Comisario durante diez años hasta culminar su carrera policial. La pequeña familia había retornado  así al pago de sus respectivos antepasados, donde permanecerían hasta el final de sus días.
  Los primeros veinte años de matrimonio  ella los dedicó solamente a las tareas del hogar, a atender a esposo e hija. Su salud no muy buena, no le permitían nada más, y quizás por aquellos primeros años tampoco anhelaba otra cosa.  Radicada en la ciudad desde hacía unos quince años, comenzó transpuestos  sus cuarenta años, una labor de servicio a la Comunidad, animada por una fortalecida fe cristiana. Para ese entonces su esposo se había jubilado de su cargo y su hija acababa de casarse.
 Aprendió a dar inyectables y a tomar la presión, conocimientos agregados a su formación como masajista. Dado que el barrio en que residía estaba bastante alejado del hospital local, Salud Pública la autorizó prontamente a aplicar esos conocimientos.
Desde entonces no hubo día ni hora en que no atendiera a cualquier vecino en su domicilio, o acudiera al de ellos. Este trabajo comunitario lo hacía a pie y muchas veces portando su lámpara  de rayos infrarrojos para otras dolencias. La mayoría de las personas a las que atendía eran  ancianos y   niños,  ya que solían ser  los más susceptibles de dolencias. El conocimiento de los habitantes del barrio se hizo perfecto, lentamente comenzó a concurrir a zonas cada vez más alejadas.
  Un día pensó que sería interesante poner una pequeña policlínica en otro barrio, sin descuidar a sus vecinos. Eligió el Barrio Estación. Su determinación era grande y su tesón mayor. Pronto un señor le proporcionó una sala para que cumpliera su propósito. En ese tiempo contó con una motoneta. Prontamente se instaló allí concurriendo todas las tardecitas por varias horas. Una vecina, enfermera universitaria, Dolly Lorenzo le dio su apoyo, y un conocido médico, Andrés Accinelli se comprometió a visitar aquella minúscula policlínica una vez a la semana. Pero ella deseaba dar un testimonio de la religión que profesaba: Adventistas del Séptimo Día, poniéndole el mismo nombre que daban a toda institución benéfica de salud, y obtuvo permiso para actuar bajo el nombre de OFASA.
Varios años trabajó en ese reducido salón hasta que una amiga, valorando su dedicación le  donó un terreno. Se trataba de la  señora Marita Pacheco de Blois.  Eso no bastaba, sin embargo, ya que era necesario el dinero para la construcción del edificio. Fue así que por mediación de un joven amigo, luego médico, Haroldo Pi, consiguió la donación de otro terreno en un lugar que pareció más apropiado. Esta vez del señor José I. Fontes. Con la venta del primero, obtuvo una suma importante pero insuficiente. Con la misma, concurrió a su iglesia en Montevideo y allá, viendo el valor de su esfuerzo, le proporcionaron todo lo que faltaba para construir la obra. La Policlínica estuvo terminada finalmente. La misma fue inaugurada en el año 1982, año en que coincidieron las inauguraciones de varios centros de enseñanza y de la Biblioteca Municipal. Tanto la enfermera como el doctor Pi, que entonces ya era médico  y había sustituído a Accinelli, la acompañaron mucho. El Doctor  fue nombrado   Director responsable de la enfermería.  Trabajaban gratuitamente. Si bien  no compartían   el mismo  ideal religioso, deseaban   servir a la comunidad. Ese funcionamiento continuo, se mantuvo hasta el año 2000, cuando Irma falleció. Durante tantos años, aunque sus primeros colaboradores todavía estaban, acudieron  al dispensario casi todos los médicos que iban surgiendo en la ciudad. También Ofasa   proporcionaba mucha ropa que era  distribuida  allí, a personas de pocos recursos y a niños de las escuelas, también muy necesitados.
Fue  otra de sus preocupaciones  salvar a muchos adolescentes de situaciones sociales o familiares difíciles. A éstos los aconsejaba, y también con sus gestiones les conseguía becas en colegios formadores de conducta y de principios morales que les permitieran  encauzar su futuro.

Aunque el nombre de Cristo aleteaba con frecuencia fuera de la policlínica, ya que allí no se requería otra cosa que llegar para ser atendidos, encontraba que servir al prójimo era la mejor manera de dar un testimonio de fe .Y en esa misma fe y con  una actividad permanente, realizada sólo por su fortaleza cristiana, hasta tres meses antes de su fallecimiento, ya que llevaba casi dos años de padecer una gravísima enfermedad, falleció en la ciudad de San Carlos donde comenzara su vida de esposa y madre. Sin dudas Dios la impulsó en su actividad social y religiosa y con su fe intacta entró en el descanso prometedor.

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