miércoles, 2 de noviembre de 2011

¿Hacia dónde mi viaje?

El viajar es un anhelo que late en la mayoría de los hombres. Conocer paisajes, costumbres realidades diferentes.
Incluso hay quienes hacen de ese constante desprenderse de las raíces prácticamente un modo de vida. Necesitan cambios, quieren escapar de esa monotonía que puede ocasionar el estar siempre en un lugar fijo. Algo de errabundos traemos. Todas las civilizaciones o la mayoría de ella se han enriquecido con sangre nueva y experiencias impensadas.
Yo, perteneciente a un hogar donde viajar era algo infrecuente, tal vez por las pocas probabilidades de hacerlo o porque las plantas estaban casi adheridas al suelo, o quizás por ambas cosas, un día rompí las cadenas y realicé un viaje hermoso a tierras distantes, cuando no eran muchos los compatriotas que alzaban ese vuelo.
Seguramente no había demasiada curiosidad, y todavía no soplaban vientos tan desfavorables como para buscar en el exterior seguridad, amparo o bienestar.
Fue un viaje corto y necesario, para cubrir la prolongada ausencia de un esposo foráneo que suspiraba por reunirse con su padre y hermanos.
La fortuna me permitió conocer algunas ciudades importantes del mundo y recorrer pueblitos diversos y bellísimos, Contemplé las ruinas de la Roma de cónsules y emperadores. Visité aquel casi idealizado París, que me causó más decepción que encanto, Conocí la hermosa Madrid. y otras bellas ciudades que no viene al caso mencionar. Me ofrecieron llegar a Londres, pero debí cambiarlo por Palma de Mallorca. No sé si el cambio fue desfavorable ya que posiblemente sólo habría contemplado al mediodía el palacio de Buckinham y su cambio de guardias, algo insustancial, también el Bing-Ben, o visitar los colosales comercios Harrows y además comprobar si era cierto que sus habitantes tenían ese innato sentido de la puntualidad, de la cortesía fría pero infaltable que había visto en muchos filmes. Tal vez una fugaz mirada al Támesis, y no mucho más porque la neblinosa ciudad sería justamente lo menos indicado para mi salud. Enseguida huiría hacia la campiña que allá en mi entonces lejano país, había contemplado en libros, pantallas o postales, y que siempre había encontrado profundamente verde, amplia e invitante.
También Austria habría estado entre mis aspiraciones. Prácticamente desde la frontera, sentí su imperioso llamado. Conocer Viena con sus teatros, edificios diferentes, con su encanto particular hubiera sido uno de mis ansiados destinos. Pero había otras prioridades y el tiempo y los recursos no me favorecieron. La entonces Yugoslavia y Hungría, fueron asimismo sitios que hubiera deseado pisar. Pero no era yo turista adinerada ni viajero aventurero por lo que aunque muy cercanos, fueron en ese momento sueños incumplidos.
No hubiera sido difícil tal vez incorporarme a una de esas excursiones donde se toma el desayuno en una capital y el ómnibus atraviesa fronteras para que el aperitivo, si es que ocurre se disfrute en otro país y el almuerzo en un tercero, y así pasar límites sin saber que ciudades o naciones se han visitado, más que por el programa que nos daría una guía también apresurada. Ese no es el viaje de mis sueños
No sé desde cuándo pero tal vez desde muy joven soñé visitar Japón con sus tradiciones tan distintas y sus construcciones diferentes. Si alguien me preguntaba dónde, yo repetía incansablemente Japón. Pero la vida, los años, cambian también nuestras ambiciones y hoy me basta con lo que conozco desde los atlas y los documentales o relatos cercanos.
Nueva York, me parece atrayente por esa aglomeración en calles, aeropuertos, edificios.
Quisiera saber cómo es vivir en la ciudad de los rascacielos, tan compacta aunque no carente de espacios verdes que pudieran oxigenarme. Quizás me bastara con el aeropuerto. Allí lo cosmopolita me acercaría a todas las razas. Sería como ver un Mundo comprimido. Y, ahora recuerdo, también he soñado con meterme en Estambul, por supuesto de la mano de alguien, porque temería ser arrastrada en la tumultuosa corriente.
Desde hace un tiempo ha ido rondando en mi cabeza, la idea de un viaje menor, no sé si más factible, visitar Las Malvinas. Esas Islas desnudas donde los vientos gélidos soplan siempre. Poco hospitalarias por su clima y con poco que ofrecer a quien a ellas llegue.
Sin embargo la curiosidad de ese trozo del Reino Unido allí en el Atlántico, en una cercanía continental a América, como un pilar de desafío o desconcierto. Comprobar si valdrían tanto como para guerras devastadoras e insensatas. Hurgando en la Historia, leí que no sé por qué razones hasta podrían haber sido nuestras. Pero esa remota posibilidad afortunadamente nunca se dio, lo que alivió a nuestro pueblo de ambiciones conflictivas. Yo solamente querría conocer un trocito de Europa, que quiere ser fiel a las costumbres de sus ancestros, en un océano donde no debería estar asentado.
Pero ese viaje a tierras tan inhóspitas fue desechado por mis hijos que no conciben que
a mi edad y mi salud aparentemente frágil, corra riesgos muy graves e innecesarios.

Aunque muy lejano Jerusalén pudo llamarme paa mostrarme la tierra donde Jesús anduvo,pero Él ya no está allí,nos contempla y nos guía desde lejos aunque esté en nuestros corazones

. El mundo está lleno de sitios maravillosos, atrayentes, extraños, simbólicos. La televisión es tan generosa que igualmente permite que nuestros ojos los capten y de allí lleguen a nuestra alma.
Hoy con los huesos algo cansados puedo viajar con la imaginación.
Pero debo reconocer que los viajes, y no me refiero a los míos que fueron breves y modestos, van dejando cierto rastro o riqueza especial. Ha de notarse en aquellos a quienes el destino les ha permitido beber más profundamente en fuentes variadas, una comprensión mayor de otros hombres, han sabido lo que es ser forastero. Se han sentido quizás pobres y solitarios no dependiendo esto de lo abultado de sus bolsillos y han comprendido cuán pequeños son en un mundo más amplio que lo que pensaran..

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