lunes, 18 de noviembre de 2013

A una conocida

Para Ana:
Yo te conozco apenas. Me has atendido gentilmente muchas veces en tu negocio. Confieso que a veces me ha chocado tu tranquilidad, tu falta de apuro, contrastando con el mío. Nací así, apresurada, creyendo llegar muy lejos, pero no, no era la forma. En cambio tus manos han sido hábiles, prolijas, tu mirada cauta, tu hablar sereno. Lo mismo has armado los anteojos más complicados, arreglado una joya, cocinado una torta bellísima de cumpleaños. Alguien me lo contó algún día. Comprendo  que  Dios te dio muchos dones.  Te premió con una voz muy bonita, con un amor al arte que te confieso no sé en qué tiempo has podido desarrollar. Te ha regalado muchos hijos como a aquellas bienaventuradas que aparecen en la Biblia. No te envidio, porque yo cumplí como pude mi destino, amé, tuve hijos, por lo menos aquellos que mi pequeña falda podía guardar. Amé como tú a Dios, a la poesía, a la música, a los muchachos.
Pero quiero confesar que te admiro. Para mí eres una representación de paz,  una esposa con las cualidades que todas deberíamos tener. Seguramente eres feliz en tu plenitud, y con tu enfoque de la vida. Adivino en ti la fe que te asegurará también un camino más allá de éste que transitas.
Creerás que estoy loca porque te confieso todo esto, pero no es así. Es bueno decir lo que uno piensa de otros, si es para que mejore o si es para que continúe en su sendero. No creo que mis palabras te hagan orgullosa porque ambas sabemos que los dones los recibimos de Dios y también la gracia. Así que tómalo simplemente como las palabras de una amiga ocasional que sin embargo te ha valorado en todo lo que demuestras. Y no es nada poco,  ya que no me considero aduladora, quizás mis palabras sirvan apenas para aliviar algún cansancio  de esos que nos causan los empujones de la vida.

Wilma

Irma Pereira


Brevísima y objetiva biografía de quien fuera mi mamá

Irma Pereira (7 de agosto/1916/20 de setiembre 2000
Nativa de la zona de Pan de Azúcar, conocida  como El Sauce, pertenecía a un hogar humilde y fue la mayor de seis hermanos, de los cuales solamente uno era varón.
 Desde los siete años quedó al cuidado de sus abuelos maternos, cuando su papá debió alejarse de la zona para ocupar diferentes trabajos en otras secciones del Departamento de Maldonado. La esposa y demás hijos lo acompañaban.
Su niñez y adolescencia fue bastante solitaria, junto a sus abuelos bastante mayores y un tío. La educación primera la recibió de una joven  familiar muy preparada que ofició de maestra durante varios años, porque  la escuela quedaba bastante alejada de su hogar. A pesar de esa soledad, su vida fue bastante confortable y aunque en un ambiente serio y austero, recibió un especial cuidado. Los viajes al pueblo no eran muy frecuentes, y se complacía cuando podía visitar a sus padres y hermanos donde lógicamente el ambiente era más alegre y bullicioso si bien menos cómodo. Era bastante bonita como para despertar el interés de muchos jóvenes que ocasionalmente se cruzaban en su vida.  Siendo muy jovencita se ennovió con un funcionario policial Juan Ángel Pereira, con quien tenía cierto parentesco, pero debido a su crianza apartada, junto a sus abuelos, casi no conocía. Cuando tenía diecisiete años  se realizó la boda y por primera vez pasó a vivir en la ciudad. Primeramente fue San Carlos donde nació su única hija, a quien llamaron Wilma. Los sucesivos ascensos del esposo los enfrentaban a traslados a veces frecuentes. Las permanencias más largas fueron  en Punta del Este  y en  Pan de Azúcar, donde el esposo sería Comisario durante diez años hasta culminar su carrera policial. La pequeña familia había retornado  así al pago de sus respectivos antepasados, donde permanecerían hasta el final de sus días.
  Los primeros veinte años de matrimonio  ella los dedicó solamente a las tareas del hogar, a atender a esposo e hija. Su salud no muy buena, no le permitían nada más, y quizás por aquellos primeros años tampoco anhelaba otra cosa.  Radicada en la ciudad desde hacía unos quince años, comenzó transpuestos  sus cuarenta años, una labor de servicio a la Comunidad, animada por una fortalecida fe cristiana. Para ese entonces su esposo se había jubilado de su cargo y su hija acababa de casarse.
 Aprendió a dar inyectables y a tomar la presión, conocimientos agregados a su formación como masajista. Dado que el barrio en que residía estaba bastante alejado del hospital local, Salud Pública la autorizó prontamente a aplicar esos conocimientos.
Desde entonces no hubo día ni hora en que no atendiera a cualquier vecino en su domicilio, o acudiera al de ellos. Este trabajo comunitario lo hacía a pie y muchas veces portando su lámpara  de rayos infrarrojos para otras dolencias. La mayoría de las personas a las que atendía eran  ancianos y   niños,  ya que solían ser  los más susceptibles de dolencias. El conocimiento de los habitantes del barrio se hizo perfecto, lentamente comenzó a concurrir a zonas cada vez más alejadas.
  Un día pensó que sería interesante poner una pequeña policlínica en otro barrio, sin descuidar a sus vecinos. Eligió el Barrio Estación. Su determinación era grande y su tesón mayor. Pronto un señor le proporcionó una sala para que cumpliera su propósito. En ese tiempo contó con una motoneta. Prontamente se instaló allí concurriendo todas las tardecitas por varias horas. Una vecina, enfermera universitaria, Dolly Lorenzo le dio su apoyo, y un conocido médico, Andrés Accinelli se comprometió a visitar aquella minúscula policlínica una vez a la semana. Pero ella deseaba dar un testimonio de la religión que profesaba: Adventistas del Séptimo Día, poniéndole el mismo nombre que daban a toda institución benéfica de salud, y obtuvo permiso para actuar bajo el nombre de OFASA.
Varios años trabajó en ese reducido salón hasta que una amiga, valorando su dedicación le  donó un terreno. Se trataba de la  señora Marita Pacheco de Blois.  Eso no bastaba, sin embargo, ya que era necesario el dinero para la construcción del edificio. Fue así que por mediación de un joven amigo, luego médico, Haroldo Pi, consiguió la donación de otro terreno en un lugar que pareció más apropiado. Esta vez del señor José I. Fontes. Con la venta del primero, obtuvo una suma importante pero insuficiente. Con la misma, concurrió a su iglesia en Montevideo y allá, viendo el valor de su esfuerzo, le proporcionaron todo lo que faltaba para construir la obra. La Policlínica estuvo terminada finalmente. La misma fue inaugurada en el año 1982, año en que coincidieron las inauguraciones de varios centros de enseñanza y de la Biblioteca Municipal. Tanto la enfermera como el doctor Pi, que entonces ya era médico  y había sustituído a Accinelli, la acompañaron mucho. El Doctor  fue nombrado   Director responsable de la enfermería.  Trabajaban gratuitamente. Si bien  no compartían   el mismo  ideal religioso, deseaban   servir a la comunidad. Ese funcionamiento continuo, se mantuvo hasta el año 2000, cuando Irma falleció. Durante tantos años, aunque sus primeros colaboradores todavía estaban, acudieron  al dispensario casi todos los médicos que iban surgiendo en la ciudad. También Ofasa   proporcionaba mucha ropa que era  distribuida  allí, a personas de pocos recursos y a niños de las escuelas, también muy necesitados.
Fue  otra de sus preocupaciones  salvar a muchos adolescentes de situaciones sociales o familiares difíciles. A éstos los aconsejaba, y también con sus gestiones les conseguía becas en colegios formadores de conducta y de principios morales que les permitieran  encauzar su futuro.

Aunque el nombre de Cristo aleteaba con frecuencia fuera de la policlínica, ya que allí no se requería otra cosa que llegar para ser atendidos, encontraba que servir al prójimo era la mejor manera de dar un testimonio de fe .Y en esa misma fe y con  una actividad permanente, realizada sólo por su fortaleza cristiana, hasta tres meses antes de su fallecimiento, ya que llevaba casi dos años de padecer una gravísima enfermedad, falleció en la ciudad de San Carlos donde comenzara su vida de esposa y madre. Sin dudas Dios la impulsó en su actividad social y religiosa y con su fe intacta entró en el descanso prometedor.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Siempre Artigas



Hoy es el cumpleaños de Artigas y como siempre desde hace muchas décadas, en esta fecha o en otras que lo aluden, empiezan las divergencias. ¿Es nuestro héroe, acaso el fundador de nuestra República?
Las personas han perdido el sentido de la orientación y de los tiempos.
Cuando aquel descendiente muy cercano de españoles nació, nuestro territorio  era apenas una parte de la colonia española, Él, consustanciado con el medio, con la tierra que lo vio nacer y hacerse hombre, tuvo como otros la clara certeza que ya había llegado el tiempo de que América rompiera las cadenas que la unían a Europa. Inspirado por otras concepciones de gobierno soñó una patria más grande y con todas las garantías de libertad e independencia. Fue la mano firme y la voluntad precisa del sueño de los orientales, y de otros pueblos vecinos. Fue el anhelo materializado en su persona y mejorado con sus ideas de avanzada.
Sabemos que no tuvo la idea de hacer un país pequeño, no quiso desligarlo de terruños iguales y linderos. ¿Importa acaso que haya soñado más? Siempre entendió que las provincias que él unió en su plan espléndido tendrían la capital en la Banda Oriental.
Nunca en Buenos Aires, lugar que mostraba un orgullo desmedido y otras aspiraciones. De las tierras de habla portuguesa se sintió separado por lógica. Seguirían siendo hijos de España, con el mismo respeto que se depara a los progenitores  pero con aquella independencia que marca la mayoría de edad.
Eso lo tuvo muy claro y dejó fehacientes testimonios de ello. Sin embargo su pensamiento avanzado,  no tuvo la misma respuesta que en  las armas. Tuvo brillantes y honorables triunfos pero tuvo derrotas y traiciones. ¿Fue orgulloso? Tal vez…
Pero luego de su exilio voluntario y largo, en el cual pasó tiempos de confinamiento y tiempos de libertad, no traicionó jamás el sueño americanista.
Hijos del país que soñaba quedaron por el camino y sus continuadores apenas tuvieron valor y competencia para salvar a una mínima parte de su protectorado.
Por supuesto  aquel era  el  suelo más querido para Artigas, aquel donde había  nacido, luchado, amado. Sus otrora tenientes lograron  preservarlo como pudieron,
 y, según sus criterios, bastante más pobres o por decirlo sin herir, cada uno a su manera. Tuvieron ideales diferentes y se convirtieron en rivales. ¿Y a ese terruño que quizás ya llevaba divisas querría volver el libertador?
  Hasta el Paraguay definitivo le habían llegado noticias en parte gratas; se lo nombraba, se le requería, no le habían olvidado. Pero a qué debería enfrentarse cuando ya no era el indiscutido jefe de los orientales. Ahora había otros retos, otras ambiciones, las alianzas no eran las que él hubiera practicado, los federales venían desde Buenos Aires envueltos en una niebla oscura y los unitarios solamente encontraron eco  en  un territorio mínimo como el de su Banda Oriental. Así que su regreso no era lo propicio ni lo aconsejable ni para  el pueblo ni para el hombre. Su sueño se había roto definitivamente. Digamos que el fragmento más grande era una tierra con forma de corazón.
Eso nunca le quitará méritos ante los ojos de la posteridad, ya que sin él nada habría subsistido. El Uruguay, así aislado, no es lo que había imaginado. Él fue un padre con más hijos a quien sólo le quedó uno, el primogénito.  No es fácil sobreponerse a tantas pérdidas.
Pero eso no significa que haya dejado de ser padre. Más lógico sería que todas las otras provincias que integraron la liga federal, (algo de eso se está conversando hoy), lo reconozcan como héroe propio, quizás no de la nación que integran, sino  de cada una de las  provincias en particular,  de cada una de  aquellas donde flameó la bandera del prócer.
Y por fin no desconozcamos el momento histórico que vivió, para minimizarle homenajes ni retacearle cariños. No todos los países tuvieron hombres tan iluminados. Dejemos la mezquindad para pueblos más desfavorecidos. Nosotros debemos ser dignos de su coraje y de su ideario, nada más.

Será siempre el padre de nuestro terruño si bien la concepción de organización o planificación del país no le haya correspondido.