Ya lo dijo Amado Nervo,”Ya cerca del ocaso
yo te bendigo Vida…”Mi agradecimiento quiero volcarlo hacia Dios a quien
considero hacedor de todo. Ignoro por qué, fui tan privilegiada, por qué mi
sendero fue tan largo y florido. Por qué mi pie me libró de tropiezos grandes o
dolorosos.
Dios no me dio belleza, galanura, encantos,
sin embargo lo compensó con que ello no me preocupara.
No me dio riquezas, pero lo compensó con
padres preocupados y cariñosos., tíos, abuelos, bisabuelos
No me dio gran inteligencia pero sí la
suficiente para enfrentar la Vida, para sentirme cómoda en mis primeros
estudios. Los secundarios y terciarios dejaron menos rastro, pero me hicieron
menos ignorante.
Tuve mis encantados días de Reyes. Tuve la
compañía de adultos que compartieron mis juegos y jamás fueran un peligro para
mi seguridad.
No tuve hermanos, eso quizás me hizo más
egoísta, pero no me importó demasiado.
Tuve siempre el pan en mi mesa, mis pies
calzados y mi ropa limpia.
Mis cumpleaños fueron muy sencillos, pero
esa era la usanza de aquellos años.
Siempre dos o tres amigas compartieron
conmigo el chocolate y la torta.
Pero no me fue negado el blanco y largo
traje de quince años, con una fiesta decorosa apenas, pero importante para mí.
Allí tuve recién el anhelado reloj de pulsera . No era de oro, pero lo lucí con
tanto orgullo como, si fuera de Cartier. No tenía grandes ambiciones. Veía a diario el esfuerzo de mi padre para
hacernos felices.
Desde muy pequeña tuve la bicicleta que
soñaba y jamás me detuve en mirar que no era nueva aunque intentaba parecerlo.
Ella fue mi compañera más agradable.
Tuve una madre joven y hermosa que a veces
parecía tan niña como yo.
Yo observaba desde afuera la riqueza de los
otros y jamás la envidié, hasta me sentí feliz de
caminar por su misma calle y disfrutar del
mismo aire marino y saludable.
Tuve el don de no sentirme disminuída ante ninguna persona de relieve. No era
tímida.
Supe que las personas realmente educadas desde la cuna,
raramente hacen ostentación de esto, y puedes hablar con ellas con
libertad, siempre que por cualquier motivo se crucen en nuestro camino.
Las lágrimas y humillaciones solamente las
provocan personas ignorantes, desconformes consigo mismas. Sus tribulaciones
las transforman en ironías. A veces nos apenan demasiado, pero lo único que
merecen es lástima.
Tuve una niñez y una adolescencia con
límites. En estos días pueden parecer cadenas, pero en realidad a mí no me
pesaron, las encontraba normales y adecuadas. El tiempo que me tocó vivir fue
espléndido. La clase media sencilla a la que yo pertenecía, desconocía drogas,
vicios, libertades desmedidas, exigencias de lujos. La tecnología no había
hecho eclosión en la forma exagerada de
hoy. No existían computadoras, calculadoras. La televisión de la que a veces se
hablaba, parecía una fantasía que nunca habría de llegar. Escribíamos con
lapiceras de tinta o con lápices. Yo me sentí privilegiada cuando pasados mis
diez años me senté alguna vez ante la primera máquina de escribir, en el
escritorio del trabajo de mi padre. Muy lejos estaría el día en que habría una
en nuestra casa. Cuando era muy pequeña viví en una casa que tenía teléfono
colgado a la pared. Más tarde pude
hablar algunas veces en la centralilla que funcionaba en la Comisaría que
estaba a cargo de mi papá. Bastantes años después de casada tuvimos el primer
teléfono en nuestra casa. Y este era un
pequeño lujo que no tenían todas las casas del barrio. El hecho de carecer de muchas de
esas comodidades que hoy todos poseen nos obligaba a trabajar más., a escribir
con más esfuerzo, a cuidar nuestra caligrafía a disfrutar de audiciones
radiales, de ratos de serenidad, silencio, naturaleza, y compañía de nuestros
familiares. La comunicación en la familia era por supuesto mucho mayor.
Estoy agradecida por todo esto. Fueron años
magníficos e irrepetibles.
¡Gracias por la vida que Dios me brindó!.
Tuve dolores grandes, pérdidas irreparables,
pero he podido superarlas razonando que
tuve muchas menos y más tardíamente que la mayoría de las personas que he conocido.
Dios me ha dado la fuerza y la entereza
para afrontarlas y la memoria para retener los sucesos gratos que mis seres queridos
me permitieron vivir.
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