lunes, 4 de marzo de 2013

Gratitud


Ya lo dijo Amado Nervo,”Ya cerca del ocaso yo te bendigo Vida…”Mi agradecimiento quiero volcarlo hacia Dios a quien considero hacedor de todo. Ignoro por qué, fui tan privilegiada, por qué mi sendero fue tan largo y florido. Por qué mi pie me libró de tropiezos grandes o dolorosos.
Dios no me dio belleza, galanura, encantos, sin embargo lo compensó con que ello no me preocupara.
No me dio riquezas, pero lo compensó con padres preocupados y cariñosos., tíos, abuelos, bisabuelos
No me dio gran inteligencia pero sí la suficiente para enfrentar la Vida, para sentirme cómoda en mis primeros estudios. Los secundarios y terciarios dejaron menos rastro, pero me hicieron menos ignorante.
Tuve mis encantados días de Reyes. Tuve la compañía de adultos que compartieron mis juegos y jamás fueran un peligro para mi seguridad.
No tuve hermanos, eso quizás me hizo más egoísta, pero no me importó demasiado.
Tuve siempre el pan en mi mesa, mis pies calzados y mi ropa limpia.
Mis cumpleaños fueron muy sencillos, pero esa era la usanza de aquellos años.
Siempre dos o tres amigas compartieron conmigo el chocolate y la torta.
Pero no me fue negado el blanco y largo traje de quince años, con una fiesta decorosa apenas, pero importante para mí. Allí tuve recién el anhelado reloj de pulsera . No era de oro, pero lo lucí con tanto orgullo como, si fuera de Cartier. No tenía grandes ambiciones. Veía  a diario el esfuerzo de mi padre para hacernos felices.
Desde muy pequeña tuve la bicicleta que soñaba y jamás me detuve en mirar que no era nueva aunque intentaba parecerlo. Ella fue mi compañera más agradable.
Tuve una madre joven y hermosa que a veces parecía tan niña como yo.
Yo observaba desde afuera la riqueza de los otros y jamás la envidié, hasta me sentí feliz de
 caminar por su misma calle y disfrutar del mismo aire marino y saludable.
Tuve el don de no sentirme disminuída  ante ninguna persona de relieve. No era tímida.
Supe que las personas realmente educadas  desde la cuna,  raramente hacen ostentación de esto, y puedes hablar con ellas con libertad, siempre que por cualquier motivo se crucen en nuestro camino.
Las lágrimas y humillaciones solamente las provocan personas ignorantes, desconformes consigo mismas. Sus tribulaciones las transforman en ironías. A veces nos apenan demasiado, pero lo único que merecen es lástima.
Tuve una niñez y una adolescencia con límites. En estos días pueden parecer cadenas, pero en realidad a mí no me pesaron, las encontraba normales y adecuadas. El tiempo que me tocó vivir fue espléndido. La clase media sencilla a la que yo pertenecía, desconocía drogas, vicios, libertades desmedidas, exigencias de lujos. La tecnología no había hecho eclosión en  la forma exagerada de hoy. No existían computadoras, calculadoras. La televisión de la que a veces se hablaba, parecía una fantasía que nunca habría de llegar. Escribíamos con lapiceras de tinta o con lápices. Yo me sentí privilegiada cuando pasados mis diez años me senté alguna vez ante la primera máquina de escribir, en el escritorio del trabajo de mi padre. Muy lejos estaría el día en que habría una en nuestra casa. Cuando era muy pequeña viví en una casa que tenía teléfono colgado a la pared. Más tarde  pude hablar algunas veces en la centralilla que funcionaba en la Comisaría que estaba a cargo de mi papá. Bastantes años después de casada tuvimos el primer teléfono en nuestra casa. Y este era un  pequeño lujo que no tenían todas las casas  del barrio. El hecho de carecer de muchas de esas comodidades que hoy todos poseen nos obligaba a trabajar más., a escribir con más esfuerzo, a cuidar nuestra caligrafía a disfrutar de audiciones radiales, de ratos de serenidad, silencio, naturaleza, y compañía de nuestros familiares. La comunicación en la familia era por supuesto mucho mayor. 
   Estoy agradecida por todo esto. Fueron años magníficos e irrepetibles.
¡Gracias por la vida que Dios me brindó!. Tuve dolores grandes,  pérdidas irreparables, pero he podido superarlas  razonando que tuve muchas menos y más tardíamente que la mayoría de las personas que he conocido.  Dios me ha dado la fuerza y la entereza para afrontarlas y la memoria para retener los sucesos gratos que mis seres queridos me permitieron vivir.

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