miércoles, 14 de diciembre de 2011

Uruguayos

Muchas veces me he detenido a analizar cómo somos, qué pensamos y cómo reaccionamos los uruguayos. Diría mejor, cuál es nuestra idiosincrasia.
He empezado por el análisis de mi persona, aunque nada de prototipo puedo ser. He contemplado a mis familiares cercanos y aquellos numerosísimos que poseo más lejanos. A amigos y no tanto.
Sin saber de dónde nos llega, noto una manifiesta apatía, fortaleza ante los golpes, resignación por las pérdidas…
¿Es de los emigrantes, nuestros padres, que nos llega esa aparente indiferencia o es de alguna mezcla pocas veces advertida con la casi extinta raza indígena, callada y meditabunda?
Muchos foráneos alaban nuestra agradable hospitalidad, una cordialidad que nos nace sin esfuerzo, pero suelen considerarnos un pueblo triste, desesperanzado, sin ilusiones y con pocas quejas.
Se observará el tinte momentáneo y alegre, de las farándulas, de las murgas carnavalescas, con el repique de tamboriles, adornos, suntuosas vestimentas, con negros y nubolos,ritmo, y canciones picarescas e irónicas sobre realidades sociales o políticas del país. A mí me suena más a llanto disimulado, a dolor disfrazado, a protesta poco escondida... Pero ese Carnaval que vivimos más como atracción turística, pasa, y retorna nuevamente ese estado de discreta frialdad.
Sabemos que casi lo único que nos moviliza es el fútbol. Pero tras la derrota, que suele ser frecuente, recurrimos al paliativo de los recuerdos de triunfos pasados y caemos en ese resignado casi fatalismo, que nos deja algo doloridos, pero que sustituye a nuestra euforia del momento.Si el triunfo tiene ribetes internacionales quizás ese día el pueblo en general podrá volcarse a las calles y mostrar una explosión de calor, de alegría inimaginadas y muy llamativas.Pero al otro día nos levantaremos con una sonrisa apenas en los labios,y la satisfacción de que otros nos conozcan, nos mencionen los rotativos del mundo, aquellos que nunca se enteraron de que personas de destaque en todos los ámbitos nacieron aquí.
Pero incluso, si ganadores o vencidos resultamos, no faltará alguien como yo, que sienta un dejo de remordimiento al ver a la escuadra perdedora, propia o ajena alejarse con la cabeza baja, avergonzada por el fracaso.
Pienso que tenemos una aceptada tristeza íntima que no advertimos, un descreimiento mezclado a una sumisa y no demasiado apresurada espera del porvenir.
No pensemos en los brotes de protesta o de rencores políticos que a veces nos aquejan. Son pocos los que los manifiestan con estridencias, otros los tragan en silencio.
La confusión que hace el pueblo de Gobierno y Estado, hace que a éste último se le achaquen todas las culpas y que todo se le exija. No se advierte que Estado somos “Nosotros”y el suelo que nos alberga. Si indolentes somos, así será él, si apagados o poco activos y entusiastas así será nuestro Estado.
Por eso cuando la protesta es demasiado agresiva, medio Estado estará a favor y medio en contra.
A pesar de esa aparente indiferencia somos habitualmente muy solidarios.
Ignoro si otros pueblos poseen nuestras mismas características Quizás nos faltan iniciativa, empuje, entusiasmo, incluyendo el laborable. Aunque hay personas que trabajan horas intensas e incontables sin decaer. Hasta las manifestaciones de fervor religioso son sutiles. -¡Cuidado! No nos crean incrédulos, aunque como en todos lados haya alguno que se llama agnóstico a sí mismo. El cristianismo florece, junto a religiones de procedencia muy lejana .Solamente que como ya lo había hecho notar, hasta para eso somos muy mesurados. Ni nos agreden ni agredimos. Profesamos nuestra fe con poca euforia como hacemos con todo lo demás.
Tal vez el carecer de ese febril y enloquecido accionar ante las ingratitudes o los reconocimientos, no nos desmerezcan tanto, porque poseemos una recóndita ansiedad de amor y paz,

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