domingo, 11 de diciembre de 2011

Las lágrimas perdidas

Desde pequeña tuve llantos irreprimibles
Lloré por mis caprichos, lloré por tantos mimos, y lloré por orgullo temprano insatisfecho.
Fui pues un mar de llantos ante cualquier problema. Hasta lloré de rabia y a veces de impotencia.
Pero a pesar de ello no lloré por tristezas, fue impulso solamente ante los contratiempos.
Ríos que se desbordaban, y se secaban pronto ante la mínima caricia, la palabra oportuna, y jamás por castigo.
Un algo de egoísmo escondía ese llanto. Era mío y lo usaba. Con conciencia o sin ella. Arrebato de instantes que hoy apenas recuerdo.
Pero no fue solidario el llanto mío. Jamás brotaba por dolores ajenos. No se hermanaba con otros llantos, ni siquiera por causas grandes. Nunca entendí el secreto insondable de la muerte.
Algo tan vago…ya no están, ya se han ido. Algo así cual las hojas marchitas del otoño, aunque
yo sabía que estaban en verano y parecían fuertes, y se creían sanos.. Partieron abuelos, tía. Muertes trágicas o muertes inevitables, y yo retenía los cariños dentro mío, pero fui mezquina con mis lágrimas.
La adolescencia trajo de pronto llantos nuevos. Escondidos en versos que otras almas soñaron que otras vidas sufrieron. Y yo lloré con ellos. Viví penas en rimas y también en novelas.
Y sufrí por dolores descriptos con maestría, aparentemente terribles y devastadores. Injustos, prematuros.
Los de amores perdidos causaron el desborde en cascadas cristalinas. Y volvía a vivirlos y a sufrir. Releyéndolos y activándolos para sentir dolores que ni siquiera ciertos, quizás fueron. La elocuencia del narrador y la lírica arpa del poeta agotaron caudales, despertaban el alma que latía a su influjo. ¡Eran penas tan hondas! Nadie a mi lado, supuse, podía sufrir así. Era la pluma honda y sensitiva.
Entonces me volví verso. Y le canté a la patria, al amor, la partida, el olvido y la muerte. Era mi voz la que lograba lágrimas ajenas sumadas a las propias, pero nunca las penas fueron mías. Tampoco la poesía
Me adueñé de sentires que muchos regalaron, de pesares lejanos, de paisajes de nieve, de brumas y traiciones, y muertes sin testigo.
Mientras, mi vida corriente, transcurría así, livianamente, sin tropiezos mayores, sin caídas profundas, sin amigos muy grandes.
Un Mundo muy sencillo, lleno de conocidos que si sufrían no sabían decirlo con poemas. Eran dolores toscos, inexpresivos, duros, amargos… ¡qué ironía! Eran los dolores que sufre la gente como yo. Pero entonces no lo sabía.
Transcurrieron estaciones y años y yo siempre temblando por lo ajeno, pero fuerte por lo propio.
Llegó el amor y ahí todo cambió y las rimas fueron mías y mías las esperas y los lloros y las risas.
Fueron nuestras las alegrías, las imperfecciones, las incomprensiones y las dudas.
Entonces lloré ratos de soledad espiritual, diferencias, y reí momentos alegres compartidos.
Y el tiempo que nunca se detiene desgranó años, llevó primaveras, trajo otoños tempranos.
Una tibia serenidad precedió a las últimas inquietudes, esas de las enfermedades crueles. Debí enfrentar sufrimientos vecinos, casi propios, y llegaron las muertes impensadas, y aquellas presentidas y estuve siempre allí, intentando evitarlas con mi asistencia y mi cariño pero no pude. No hay voluntad humana capaz de vencerlas y a veces las oraciones no alcanzan, o la fe es pequeña, inconstante, defectuosa.
Así se fueron amores muy cercanos. Y yo de pie, los ojos rojos y áridos y el alma seca como los ríos.
¿Hija de una casta impertérrita y bravía? No lo sé. Solo comprendo que mis ojos no lloran, aunque mi corazón sangre.
Ahora recuerdo: Mi llanto inmenso, brotó una noche que no olvido, manantial incontenible ante una elección y un renunciamiento.
¡Hace tanto tiempo! ¡Era yo tan joven, y amaba! El mundo me prometía un camino de dulzuras esperadas
Y las hubo y grandes, pero hubo también silencios obligados, imperfecciones, dudas, y diferencias que dolían.
No había hipotecado todo, mi alma tenía un rincón preservado donde me refugiaba a menudo, pero no podía abrirlo para mostrar la ternura que sólo Jesús ofrece.
Hoy es todo lejano. Mi alma al fin se va separando de lo terreno, y renace en esperanzas de perdón, pero mis ojos siguen siendo cauces vacíos cuando deben ser torrente. Acaso se humedecen alguna vez, mientras otros sonríen.

No hay comentarios:

Publicar un comentario