Riqueza.
“Sabemos que hay ricos y por ellos el resto son pobres”- oí decir a alguien…Entendí que la apreciación significaba que los ricos necesariamente se enriquecían a costa de los demás. Ese criterio me ha molestado reiteradamente durante mi vida. Es verdad que Jesús dijo que era más difícil que un rico llegara al cielo, pensamos casi imposible según lo que expresa el versículo del evangelio.
No obstante ello, no hay que confundir la palabra adinerado o rico con explotador. El hecho de que el supuesto rico que a tantos molesta y que a mí me es totalmente indiferente, no se debe a que yo me cuente entre ellos. Para ser rico se necesitan ciertas condiciones. Haber heredado una fortuna, ser muy ahorrativo incluso en sus consumos más necesarios. Haber tenido una visión muy buena acerca de algún negocio que otro no había advertido, quizás un golpe de suerte inesperada, haber inventado algo de mucha utilidad y patentarlo, realizar los trabajos más extenuantes para acumular un capital que invertirá sabiamente, haber nacido con algún don o habilidad muy especial y en otros casos no ha de faltar el que se enriquece con fraudes engaños o usura.
Por lo tanto el ser rico es solamente una molestia para las personas que miran con desconfianza al que posee cosas para él inaccesibles, para el que las envidia y considera que estas le fueron arrebatadas. No debemos engañarnos. Para entrar al cielo bastará con que el rico, se desprenda de muchas de sus posesiones si es necesario ayudar a un prójimo. La avaricia es un pecado gravísimo, pero el rico puede ayudar, puede compartir. Muchas veces ha generado una fuente de producción tan grande que es casi imposible que la agote aun siendo sumamente desprendido. No todos los necesitados son personas trabajadoras aunque gocen de salud, No todos los desocupados son personas que buscan trabajo. Hay muchos que lo eluden aunque vivan en la miseria. Hay pobres que conmueven a la sociedad por lo doloroso de su situación. Hay países sumergidos y otros poderosos. Pero es grave esa fobia hacia quien tiene más o mucho más que nosotros. Existen filántropos que acuden con su aporte cada vez que la prensa se hace eco de casos de niños enfermos, personas que han sufrido pérdidas irreparables por catástrofes, y . ¿De dónde se supone que sale esa inmediata y muy grande suma de dinero? No de la buena voluntad de los más indigentes sino del bolsillo aquel que llamamos con desdén abultado. Lo que importa es la solidaridad, el saber compartir sin dilapidar todo lo que se posee. Muchas veces al lado nuestro vemos personas a quienes se les obsequia una casa y suele perderla al poco tiempo, la vende y vuelve a la miseria de donde salió. Deben importar solamente las actitudes de cada uno, sea rico o pobre. Hay ricos que diezman, que dan sumas fabulosas a los pueblos sacudidos por pestes o calamidades y hay pobres que estando al borde de un arroyo pueden negarle a un peregrino un sorbo de agua por no agacharse a recogerla o por no prestarle el cántaro o el jarrito que tienen a su alcance. Todos esos odios reprimidos son malos. Y nosotros no debemos odiar a los ricos ni guardarles rencor. Especialmente en las religiones se debe pensar que si son ricos es porque el Señor lo ha permitido. Muchas veces nos darán empleos y sueldos dignos. Y desgraciados, no entrarán en la tierra prometida si solamente lo usaron para ostentar su poderío, sin una pizca de generosidad. Sabemos que las iglesias reciben a veces generosas donaciones que servirán para distribuir entre necesitados, para crear escuelas, centros de perfeccionamiento Y existen muchas instituciones de servicio que podemos llamar laicas que subsisten merced a la ayuda de muchos de esos adinerados que despreciamos. No quiero hacer la menor defensa de los ricos ya que mi familia jamás lo ha sido desde las generaciones que me precedieron, incluyéndome, y sé que esos poderosos en muchísimos casos no son gente digna, pero, no nos precipitemos,quizás aquel a quien censuramos o envidiamos pueda ser el único que extienda la mano cuando nosotros estemos al borde de la desesperación más aguda.
Las otras apreciaciones surgen de posiciones político filosóficas que en lugar de mejorar la sociedad la hacen más desgraciada, porque promueven una fobia contra cualquiera que esté en un plano más elevado o de destaque. Dejemos a Dios el privilegio de juzgar ya que nosotros como humanos y especialmente si insatisfechos somos, podemos equivocarnos en nuestros conceptos. Y todos aquellos creyentes que los fomenten o propicien, seguramente no piensan con cordura ni con bondad.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
Uruguayos
Muchas veces me he detenido a analizar cómo somos, qué pensamos y cómo reaccionamos los uruguayos. Diría mejor, cuál es nuestra idiosincrasia.
He empezado por el análisis de mi persona, aunque nada de prototipo puedo ser. He contemplado a mis familiares cercanos y aquellos numerosísimos que poseo más lejanos. A amigos y no tanto.
Sin saber de dónde nos llega, noto una manifiesta apatía, fortaleza ante los golpes, resignación por las pérdidas…
¿Es de los emigrantes, nuestros padres, que nos llega esa aparente indiferencia o es de alguna mezcla pocas veces advertida con la casi extinta raza indígena, callada y meditabunda?
Muchos foráneos alaban nuestra agradable hospitalidad, una cordialidad que nos nace sin esfuerzo, pero suelen considerarnos un pueblo triste, desesperanzado, sin ilusiones y con pocas quejas.
Se observará el tinte momentáneo y alegre, de las farándulas, de las murgas carnavalescas, con el repique de tamboriles, adornos, suntuosas vestimentas, con negros y nubolos,ritmo, y canciones picarescas e irónicas sobre realidades sociales o políticas del país. A mí me suena más a llanto disimulado, a dolor disfrazado, a protesta poco escondida... Pero ese Carnaval que vivimos más como atracción turística, pasa, y retorna nuevamente ese estado de discreta frialdad.
Sabemos que casi lo único que nos moviliza es el fútbol. Pero tras la derrota, que suele ser frecuente, recurrimos al paliativo de los recuerdos de triunfos pasados y caemos en ese resignado casi fatalismo, que nos deja algo doloridos, pero que sustituye a nuestra euforia del momento.Si el triunfo tiene ribetes internacionales quizás ese día el pueblo en general podrá volcarse a las calles y mostrar una explosión de calor, de alegría inimaginadas y muy llamativas.Pero al otro día nos levantaremos con una sonrisa apenas en los labios,y la satisfacción de que otros nos conozcan, nos mencionen los rotativos del mundo, aquellos que nunca se enteraron de que personas de destaque en todos los ámbitos nacieron aquí.
Pero incluso, si ganadores o vencidos resultamos, no faltará alguien como yo, que sienta un dejo de remordimiento al ver a la escuadra perdedora, propia o ajena alejarse con la cabeza baja, avergonzada por el fracaso.
Pienso que tenemos una aceptada tristeza íntima que no advertimos, un descreimiento mezclado a una sumisa y no demasiado apresurada espera del porvenir.
No pensemos en los brotes de protesta o de rencores políticos que a veces nos aquejan. Son pocos los que los manifiestan con estridencias, otros los tragan en silencio.
La confusión que hace el pueblo de Gobierno y Estado, hace que a éste último se le achaquen todas las culpas y que todo se le exija. No se advierte que Estado somos “Nosotros”y el suelo que nos alberga. Si indolentes somos, así será él, si apagados o poco activos y entusiastas así será nuestro Estado.
Por eso cuando la protesta es demasiado agresiva, medio Estado estará a favor y medio en contra.
A pesar de esa aparente indiferencia somos habitualmente muy solidarios.
Ignoro si otros pueblos poseen nuestras mismas características Quizás nos faltan iniciativa, empuje, entusiasmo, incluyendo el laborable. Aunque hay personas que trabajan horas intensas e incontables sin decaer. Hasta las manifestaciones de fervor religioso son sutiles. -¡Cuidado! No nos crean incrédulos, aunque como en todos lados haya alguno que se llama agnóstico a sí mismo. El cristianismo florece, junto a religiones de procedencia muy lejana .Solamente que como ya lo había hecho notar, hasta para eso somos muy mesurados. Ni nos agreden ni agredimos. Profesamos nuestra fe con poca euforia como hacemos con todo lo demás.
Tal vez el carecer de ese febril y enloquecido accionar ante las ingratitudes o los reconocimientos, no nos desmerezcan tanto, porque poseemos una recóndita ansiedad de amor y paz,
He empezado por el análisis de mi persona, aunque nada de prototipo puedo ser. He contemplado a mis familiares cercanos y aquellos numerosísimos que poseo más lejanos. A amigos y no tanto.
Sin saber de dónde nos llega, noto una manifiesta apatía, fortaleza ante los golpes, resignación por las pérdidas…
¿Es de los emigrantes, nuestros padres, que nos llega esa aparente indiferencia o es de alguna mezcla pocas veces advertida con la casi extinta raza indígena, callada y meditabunda?
Muchos foráneos alaban nuestra agradable hospitalidad, una cordialidad que nos nace sin esfuerzo, pero suelen considerarnos un pueblo triste, desesperanzado, sin ilusiones y con pocas quejas.
Se observará el tinte momentáneo y alegre, de las farándulas, de las murgas carnavalescas, con el repique de tamboriles, adornos, suntuosas vestimentas, con negros y nubolos,ritmo, y canciones picarescas e irónicas sobre realidades sociales o políticas del país. A mí me suena más a llanto disimulado, a dolor disfrazado, a protesta poco escondida... Pero ese Carnaval que vivimos más como atracción turística, pasa, y retorna nuevamente ese estado de discreta frialdad.
Sabemos que casi lo único que nos moviliza es el fútbol. Pero tras la derrota, que suele ser frecuente, recurrimos al paliativo de los recuerdos de triunfos pasados y caemos en ese resignado casi fatalismo, que nos deja algo doloridos, pero que sustituye a nuestra euforia del momento.Si el triunfo tiene ribetes internacionales quizás ese día el pueblo en general podrá volcarse a las calles y mostrar una explosión de calor, de alegría inimaginadas y muy llamativas.Pero al otro día nos levantaremos con una sonrisa apenas en los labios,y la satisfacción de que otros nos conozcan, nos mencionen los rotativos del mundo, aquellos que nunca se enteraron de que personas de destaque en todos los ámbitos nacieron aquí.
Pero incluso, si ganadores o vencidos resultamos, no faltará alguien como yo, que sienta un dejo de remordimiento al ver a la escuadra perdedora, propia o ajena alejarse con la cabeza baja, avergonzada por el fracaso.
Pienso que tenemos una aceptada tristeza íntima que no advertimos, un descreimiento mezclado a una sumisa y no demasiado apresurada espera del porvenir.
No pensemos en los brotes de protesta o de rencores políticos que a veces nos aquejan. Son pocos los que los manifiestan con estridencias, otros los tragan en silencio.
La confusión que hace el pueblo de Gobierno y Estado, hace que a éste último se le achaquen todas las culpas y que todo se le exija. No se advierte que Estado somos “Nosotros”y el suelo que nos alberga. Si indolentes somos, así será él, si apagados o poco activos y entusiastas así será nuestro Estado.
Por eso cuando la protesta es demasiado agresiva, medio Estado estará a favor y medio en contra.
A pesar de esa aparente indiferencia somos habitualmente muy solidarios.
Ignoro si otros pueblos poseen nuestras mismas características Quizás nos faltan iniciativa, empuje, entusiasmo, incluyendo el laborable. Aunque hay personas que trabajan horas intensas e incontables sin decaer. Hasta las manifestaciones de fervor religioso son sutiles. -¡Cuidado! No nos crean incrédulos, aunque como en todos lados haya alguno que se llama agnóstico a sí mismo. El cristianismo florece, junto a religiones de procedencia muy lejana .Solamente que como ya lo había hecho notar, hasta para eso somos muy mesurados. Ni nos agreden ni agredimos. Profesamos nuestra fe con poca euforia como hacemos con todo lo demás.
Tal vez el carecer de ese febril y enloquecido accionar ante las ingratitudes o los reconocimientos, no nos desmerezcan tanto, porque poseemos una recóndita ansiedad de amor y paz,
domingo, 11 de diciembre de 2011
Las lágrimas perdidas
Desde pequeña tuve llantos irreprimibles
Lloré por mis caprichos, lloré por tantos mimos, y lloré por orgullo temprano insatisfecho.
Fui pues un mar de llantos ante cualquier problema. Hasta lloré de rabia y a veces de impotencia.
Pero a pesar de ello no lloré por tristezas, fue impulso solamente ante los contratiempos.
Ríos que se desbordaban, y se secaban pronto ante la mínima caricia, la palabra oportuna, y jamás por castigo.
Un algo de egoísmo escondía ese llanto. Era mío y lo usaba. Con conciencia o sin ella. Arrebato de instantes que hoy apenas recuerdo.
Pero no fue solidario el llanto mío. Jamás brotaba por dolores ajenos. No se hermanaba con otros llantos, ni siquiera por causas grandes. Nunca entendí el secreto insondable de la muerte.
Algo tan vago…ya no están, ya se han ido. Algo así cual las hojas marchitas del otoño, aunque
yo sabía que estaban en verano y parecían fuertes, y se creían sanos.. Partieron abuelos, tía. Muertes trágicas o muertes inevitables, y yo retenía los cariños dentro mío, pero fui mezquina con mis lágrimas.
La adolescencia trajo de pronto llantos nuevos. Escondidos en versos que otras almas soñaron que otras vidas sufrieron. Y yo lloré con ellos. Viví penas en rimas y también en novelas.
Y sufrí por dolores descriptos con maestría, aparentemente terribles y devastadores. Injustos, prematuros.
Los de amores perdidos causaron el desborde en cascadas cristalinas. Y volvía a vivirlos y a sufrir. Releyéndolos y activándolos para sentir dolores que ni siquiera ciertos, quizás fueron. La elocuencia del narrador y la lírica arpa del poeta agotaron caudales, despertaban el alma que latía a su influjo. ¡Eran penas tan hondas! Nadie a mi lado, supuse, podía sufrir así. Era la pluma honda y sensitiva.
Entonces me volví verso. Y le canté a la patria, al amor, la partida, el olvido y la muerte. Era mi voz la que lograba lágrimas ajenas sumadas a las propias, pero nunca las penas fueron mías. Tampoco la poesía
Me adueñé de sentires que muchos regalaron, de pesares lejanos, de paisajes de nieve, de brumas y traiciones, y muertes sin testigo.
Mientras, mi vida corriente, transcurría así, livianamente, sin tropiezos mayores, sin caídas profundas, sin amigos muy grandes.
Un Mundo muy sencillo, lleno de conocidos que si sufrían no sabían decirlo con poemas. Eran dolores toscos, inexpresivos, duros, amargos… ¡qué ironía! Eran los dolores que sufre la gente como yo. Pero entonces no lo sabía.
Transcurrieron estaciones y años y yo siempre temblando por lo ajeno, pero fuerte por lo propio.
Llegó el amor y ahí todo cambió y las rimas fueron mías y mías las esperas y los lloros y las risas.
Fueron nuestras las alegrías, las imperfecciones, las incomprensiones y las dudas.
Entonces lloré ratos de soledad espiritual, diferencias, y reí momentos alegres compartidos.
Y el tiempo que nunca se detiene desgranó años, llevó primaveras, trajo otoños tempranos.
Una tibia serenidad precedió a las últimas inquietudes, esas de las enfermedades crueles. Debí enfrentar sufrimientos vecinos, casi propios, y llegaron las muertes impensadas, y aquellas presentidas y estuve siempre allí, intentando evitarlas con mi asistencia y mi cariño pero no pude. No hay voluntad humana capaz de vencerlas y a veces las oraciones no alcanzan, o la fe es pequeña, inconstante, defectuosa.
Así se fueron amores muy cercanos. Y yo de pie, los ojos rojos y áridos y el alma seca como los ríos.
¿Hija de una casta impertérrita y bravía? No lo sé. Solo comprendo que mis ojos no lloran, aunque mi corazón sangre.
Ahora recuerdo: Mi llanto inmenso, brotó una noche que no olvido, manantial incontenible ante una elección y un renunciamiento.
¡Hace tanto tiempo! ¡Era yo tan joven, y amaba! El mundo me prometía un camino de dulzuras esperadas
Y las hubo y grandes, pero hubo también silencios obligados, imperfecciones, dudas, y diferencias que dolían.
No había hipotecado todo, mi alma tenía un rincón preservado donde me refugiaba a menudo, pero no podía abrirlo para mostrar la ternura que sólo Jesús ofrece.
Hoy es todo lejano. Mi alma al fin se va separando de lo terreno, y renace en esperanzas de perdón, pero mis ojos siguen siendo cauces vacíos cuando deben ser torrente. Acaso se humedecen alguna vez, mientras otros sonríen.
Lloré por mis caprichos, lloré por tantos mimos, y lloré por orgullo temprano insatisfecho.
Fui pues un mar de llantos ante cualquier problema. Hasta lloré de rabia y a veces de impotencia.
Pero a pesar de ello no lloré por tristezas, fue impulso solamente ante los contratiempos.
Ríos que se desbordaban, y se secaban pronto ante la mínima caricia, la palabra oportuna, y jamás por castigo.
Un algo de egoísmo escondía ese llanto. Era mío y lo usaba. Con conciencia o sin ella. Arrebato de instantes que hoy apenas recuerdo.
Pero no fue solidario el llanto mío. Jamás brotaba por dolores ajenos. No se hermanaba con otros llantos, ni siquiera por causas grandes. Nunca entendí el secreto insondable de la muerte.
Algo tan vago…ya no están, ya se han ido. Algo así cual las hojas marchitas del otoño, aunque
yo sabía que estaban en verano y parecían fuertes, y se creían sanos.. Partieron abuelos, tía. Muertes trágicas o muertes inevitables, y yo retenía los cariños dentro mío, pero fui mezquina con mis lágrimas.
La adolescencia trajo de pronto llantos nuevos. Escondidos en versos que otras almas soñaron que otras vidas sufrieron. Y yo lloré con ellos. Viví penas en rimas y también en novelas.
Y sufrí por dolores descriptos con maestría, aparentemente terribles y devastadores. Injustos, prematuros.
Los de amores perdidos causaron el desborde en cascadas cristalinas. Y volvía a vivirlos y a sufrir. Releyéndolos y activándolos para sentir dolores que ni siquiera ciertos, quizás fueron. La elocuencia del narrador y la lírica arpa del poeta agotaron caudales, despertaban el alma que latía a su influjo. ¡Eran penas tan hondas! Nadie a mi lado, supuse, podía sufrir así. Era la pluma honda y sensitiva.
Entonces me volví verso. Y le canté a la patria, al amor, la partida, el olvido y la muerte. Era mi voz la que lograba lágrimas ajenas sumadas a las propias, pero nunca las penas fueron mías. Tampoco la poesía
Me adueñé de sentires que muchos regalaron, de pesares lejanos, de paisajes de nieve, de brumas y traiciones, y muertes sin testigo.
Mientras, mi vida corriente, transcurría así, livianamente, sin tropiezos mayores, sin caídas profundas, sin amigos muy grandes.
Un Mundo muy sencillo, lleno de conocidos que si sufrían no sabían decirlo con poemas. Eran dolores toscos, inexpresivos, duros, amargos… ¡qué ironía! Eran los dolores que sufre la gente como yo. Pero entonces no lo sabía.
Transcurrieron estaciones y años y yo siempre temblando por lo ajeno, pero fuerte por lo propio.
Llegó el amor y ahí todo cambió y las rimas fueron mías y mías las esperas y los lloros y las risas.
Fueron nuestras las alegrías, las imperfecciones, las incomprensiones y las dudas.
Entonces lloré ratos de soledad espiritual, diferencias, y reí momentos alegres compartidos.
Y el tiempo que nunca se detiene desgranó años, llevó primaveras, trajo otoños tempranos.
Una tibia serenidad precedió a las últimas inquietudes, esas de las enfermedades crueles. Debí enfrentar sufrimientos vecinos, casi propios, y llegaron las muertes impensadas, y aquellas presentidas y estuve siempre allí, intentando evitarlas con mi asistencia y mi cariño pero no pude. No hay voluntad humana capaz de vencerlas y a veces las oraciones no alcanzan, o la fe es pequeña, inconstante, defectuosa.
Así se fueron amores muy cercanos. Y yo de pie, los ojos rojos y áridos y el alma seca como los ríos.
¿Hija de una casta impertérrita y bravía? No lo sé. Solo comprendo que mis ojos no lloran, aunque mi corazón sangre.
Ahora recuerdo: Mi llanto inmenso, brotó una noche que no olvido, manantial incontenible ante una elección y un renunciamiento.
¡Hace tanto tiempo! ¡Era yo tan joven, y amaba! El mundo me prometía un camino de dulzuras esperadas
Y las hubo y grandes, pero hubo también silencios obligados, imperfecciones, dudas, y diferencias que dolían.
No había hipotecado todo, mi alma tenía un rincón preservado donde me refugiaba a menudo, pero no podía abrirlo para mostrar la ternura que sólo Jesús ofrece.
Hoy es todo lejano. Mi alma al fin se va separando de lo terreno, y renace en esperanzas de perdón, pero mis ojos siguen siendo cauces vacíos cuando deben ser torrente. Acaso se humedecen alguna vez, mientras otros sonríen.
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