lunes, 16 de diciembre de 2013

Sin esperanzas

                                                               
He amado y amo siempre el suelo que me vio nacer. Lo he admirado, orgullosa de que se empeñara de ser culto. Fue distinguido por eso en un pasado. Alguien lo llamó una vez, pequeño trozo de Europa en suelo americano. Quizás porque la etnia sobreviviente era más homogénea. No lo sé. Algo distinto encontraba el viajero en nuestras gentes, fueran ellas humildes o privilegiadas. Nuestro nacimiento como nación, tuvo principios republicanos, heredados de países que sufrieron opresiones y diferencias. Y el colono que llegó, a veces olvidó meter en sus maletas el amor a Dios, la reverencia, el respeto. Sabían de Él, oraban por las noches por sus bendiciones. Llegaban a las iglesias para contraer matrimonio después para el bautismo de los niños y finalmente para una despedida final a aquel que se marchaba.
Fueron pocos los más fervientes, porque Iberia parecía endurecida por no sé cuáles calamidades, quizás fatigados de la inquisición que aún recordaban. Los italianos cansados de guerras u hasta de alianzas algo vergonzosas que empequeñecían ante sus ojos a la Roma papal, traían algo de anárquico en sus ideas  Tal vez porque el trabajo agobiante de los campos le habían hecho olvidar  inclinarse ante el Señor.
 Francia había aportado su racionalismo feroz, sus múltiples escritores que junto a las monarquías habían abolido a Dios, (una forma nueva de endiosarse a sí mismos).
 La pequeña Suiza trajo un puñado de laboriosos cristianos que  encontraron un agraciado rincón donde preservar sus costumbres y sus ideales.
Seguro que llegaron muchos otros perseguidos  por su credo, a este país hospitalario y España tuvo como Italia emigrantes que fueron pequeños focos luminosos.
 Luego arribaron  rusos, alemanes, con recuerdos de los castigos a sus ancestros, pero nada fue suficiente.
Hubo una terrible confusión entre laicidad y ateísmo, y en lugar de preservar a cada creyente de que el Estado lo privara de sus derechos, el Estado pensó que era él quien debía cuidarse de las religiones y creó una valla poderosa para protegerse. Entonces lo que primero fue una libertad de cultos, que aún permanece afortunadamente, laicidad se convirtió, no en permitir que cada quien creyera lo que deseaba o lo que la familia le había transmitido, sin la interferencia de las leyes, para  volverse   un descreimiento de las religiones.
Mientras el evolucionismo y el creacionismo corrían paralelas como teorías optativas todo era aceptable, pero poco a poco el evolucionismo fue considerado el criterio único y verdadero para una sociedad que cuanto más estudiaba y más culta se volvía, más racionalista era.
Hoy nuestro pequeño país  encuentra conocimiento de Dios sólo en colegios privados, cualquiera sea su credo, mientras un dios anónimo y poco conocido aletea entre una nómina de dioses paganos que aparecen en la historia de las mitologías, en los cuentos, o escritos de personas más letradas, en las instituciones públicas
Persiste ese criterio, aun cuando nuestro país se ha vuelto menos educado, menos sabio, por no decir más ignorante, y por ello más irrespetuoso.
Fomentamos una posición científica mientras cientos de personas caen en vicios y situaciones abyectas, que por supuesto ocurren también  en otras partes del mundo. Los habitantes se han vuelto menos trabajadores en espera de dádivas que se ofrecen aún a aquellos que tienen hombros fuertes y habilidades especiales.
Leyes nuevas atentan contra la integridad de las familias, el nacimiento de los niños, favorecen la legitimidad del uso de algunas drogas, y el casamiento de personas del mismo sexo.
Una cruzada de avanzada ridícula en un medio donde las hierbas verdes y prometedoras podrían evitar que los corderos fueran perseguidos por lobos feroces. Retazo fértil con muchos frutos y con escasos recolectores.
Dones de Dios menospreciados en una apatía  nacida no comprendo por qué, o mejor, no quiero comprenderlo, porque no tengo armas para combatirla. Un día creí que éramos ricos, tal vez tuvimos esa oportunidad, pero a medida que mi tiempo pasa, como el de todos, comprendo que equivocamos nuestro camino, y nuestro espíritu empobrecido, ha perdido la luz de la esperanza.
¡Pobre Uruguay atrapado entre ideas que no entiende, comodidades que pretende, esfuerzos perdidos, y ambiciones constantes!
 Conocemos toda la tecnología, pero olvidamos nuestros principios, y cometemos yerro tras yerro. De lejos sentimos voces que nos elogian, que alaban este deprimente presente. ¡Pobrecitos! Cómo se engañan. Son inocentes o están más perdidos que nosotros. No escuchan los lamentos que brotan desde las entrañas mismas del suelo
¡Que Dios ilumine nuestro sendero  mientras haya tiempo, porque la vida es corta y el fin está cerca!