Rejas
Una vez se erguían las fortalezas…Ellas defendían de
atacantes externos, oponentes bárbaros o desconocidos.
Hoy nuestro pueblo se ha vestido de rejas. Los atacantes
pueden morar entre nosotros o venir furtivos y solitarios en las noches o
amaneceres o mediodías. Un peligro latente hace que en nuestra tierra las casas
se refugien tras rejas elevadas. Se esconden las iglesias, las escuelas, los
comercios y los asilos. Las ventanas ya no lucen los postigos de madera o
alegres y adornados balcones. Sólo el hierro apunta en lanzas variadas hacia un
cielo gris y desconfiado.
Sin embargo, nada detiene al ansioso drogadicto o al ladrón
audaz que prefiere arriesgarse antes de dedicar algunas horas a un trabajo para
llevar al hogar un pan honesto, sabroso y bien ganado.
Las rejas están. Pintadas de colores generalmente oscuros, y
con formas diversas según el gusto del propietario o del forjador.
Pero a mi paso aparece una linda casa con su coqueto muro
que no sobrepasa el metro y que termina con una reja baja con infinitas lanzas
agudas y amenazantes. Cualquier hombre o joven osado encontrará la forma de
sobrepasarla. Para eso ingenio y métodos no han de faltarle si está decidido a
llegar a la casa. Pero tenemos que pensar, con mucho dolor, que la delincuencia
por un fenómeno inexplicable, ahora empieza muy temprano. Niños y adolescentes portan armas y las usan
con tino o sin él. Seguramente la inconciencia de su edad los hace más
temerarios que los adultos. A pesar de
que sean rateros, o ladrones experimentados, no puedo, y no quiero imaginar sus
cuerpos atravesados por esas lanzas arrogantes y peligrosas. Quizás un niño
inocente se atreva a saltarlas en busca de una pelota que pudo accidentalmente
caer en el patio protegido. Incluso un familiar, amigo, o vecino de los dueños,
en un afán de sortear riesgos extremos puede ser el herido.
Mi casa no tiene rejas, ni portones, No deseo sentirme
prisionera de mi propia casa, aunque me juzguen descuidada. Aparentemente lo
soy, pero sin riquezas y con muchos años vividos confío en que Dios me guarde con
un invisible vallado de todos los peligros, si así lo quiere. Parecerá
irracional mi posición para aquellos que muchas veces han sido víctimas de
ataques o intromisiones en sus viviendas. Incluso muy lógico me parece que
deseen protegerse. Sólo pido que hagan altas las rejas que necesitan. Altas y
seguras, porque a mí ese cortejo de lanzas afiladas me infunde miedo, miedo a
los accidentes infaustos que pocos prevén pero que ocurren.